jueves, 21 de febrero de 2008

Acerca de Fidel I


¿Qué puedo yo cantarte, Comandante? si el poeta eres tú... decía Silvio Rodríguez o Pablo Milanés, no recuerdo bien, en el primer disco de Nueva Trova Cubana que llegó a mi casa por los años ochenta, cuando yo era un chamaco estudiando secundaria, de cabellera ensortijada (alguna vez la tuve) e ideas "rojillas" como me decía mi amá. Para esos años, el comunismo estaba en su apogeo y era la alternativa a la política gandalla de Ronald Reagan, quien reinaba del lado del capitalismo; ellos eran los malos, los representantes del imperialismo, del consumismo exacerbado, la explotación de la clase trabajadora y la muestra fehaciente de la decadencia. Por el otro lado estaba la URSS, Marx y Engels, el Manifiesto Comunista y, Cuba; la Cuba majestuosa de Fidel Castro, el mágico reducto del comunismo en América, ejemplo de dignidad latinoamericana frente al águila voraz del capitalismo.
Los mexicanos eramos admiradores totales de Cuba y su pueblo, inclusive de Fidel; recuerdo que en aquellos años los políticos del PRI, nuestra dictadura perfecta según Vargas Llosa, tenían retratos con Fidel en sus despachos, aún denostando las figuras comunistas-soviéticas de aquel tiempo; Fidel era el héroe sobreviviente de la Revolución, una revolución que sí ofrecía alternativas sociales de manera más contundente que la Revolución Mexicana.
Para mediados de los años sesenta, a unos años de que la revolución de los barbudos triunfara, Fidel aseguró que terminaría con el analfabetismo en la isla, y lo cumplió, como cumplió todo lo que dijo en esos años en materia de salud. Presa de un bloqueo infame desde los años de Bahía de Cochinos, Castro nunca se amedrentó y cambió azúcar a los soviéticos por educación, salud, servicios y productos que no se manufacturaban en Cuba. A pesar del bloqueo, Fidel potencializó la magra economía cubana basada en azúcar, tabaco y banano, elevándola al grado de exportador más grande de la zona: la zafra cubana llegó a representar el azúcar que endulzaría muchos cafés de Europa Oriental entre los años sesentas y ochentas; y muchas veces, en plena zafra, Fidel y el Ché pusieron el ejemplo remangándose la camisa y a golpe de machete cortaron caña como cualquier cubano.
Fidel fue un líder nato, algunos autores lo nombran como un predestinado. Conoció a Ernesto Guevara de la Serna en una tarde de 1957 en algún lugar de la Colonia Roma de la Ciudad de México y conversó con él toda esa noche, de un tirón. A la mañana siguiente, el Ché estaba dentro de la comandancia de la expedición revolucionaria que partiría de Tuxpan, Veracruz, en un destartalado yate llamado Granma.
Al triunfo de la revolución, Fidel armó un gabinete de barbudos que acomodó a su antojo. Ché fue ministro de economía, llegó a firmar los billetes de a peso cubano, fue muchas veces a Rusia y fumó habanos en recesos con Nikita Kruschev, pero se aburrió del sedentarismo, dicen algunos, o se aburrió Fidel. Sintiéndose amedrentado por Guevara, quien tenía una popularidad a par, prefirió poner pies en polvorosa y lo ennvió a guerrear a Angola. Muerto el perro en Bolivia, con algunos homenajes, se acabó la rabia. Algo similar pero sin tanto homenaje y algunos años antes, sucedió con Camilo Cienfuegos, quien misteriosamente murió en un accidente aéreo. Y ni hablar de los disidentes que siguieron.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente artículo mi estimado Miguelón. Bien documentado y agradablemente relatado. Me da risa como manejas el tema de la desaparición de la rabia, de los "Perros disidentes" .......... dónde más he escuchado eso ......... jajaja
Saludos y mucho éxito con tu Blog,
Luis