sábado, 29 de noviembre de 2008

El juego del hombre

La primera vez que pateé un balón de futbol en una cancha fue el 3 ó 4 de septiembre de 1972, en el Instituto México. La fecha la infiero porque las clases comenzaban siempre después del insufrible informe presidencial, que duraba 5 o 6 horas; se encadenaba la transmisión por radio y televisión, se escuchaba en el mercado, en los parques públicos y hasta las tiendas departamentales, y sumía a la muchachada en la más profunda depresión, pues era el preludio inequívoco del fin de las vacaciones y la vuelta a clases al otro día.
Aquel infausto día de primero de primaria, pateé el balón de cuero que pesaba un catorzal y anoté gol, en mi propia portería. El hecho marcó mi estadía durante toda la primaria y la inevitable antipatía de mis compañeritos de equipo, quienes hicieron hasta lo imposible por sabotear mis posteriores incursiones futboleras y aprovechando el ambiente de una escuela de varones, dejaron caer toda su furia en mi zorombática y escueta personita. Sin embargo, nunca decayó mi gusto e interés por el futbol.
En casa, después de los toros, el futbol era la segunda religión. Muchos paseos dominicales fueron postergados o suspendidos a causa de algún partido, y comencé a aficionarme al futbol de sillón desde muy temprana edad, echado a los pies del sofá donde el Doctó veía la tele. En la cancha, seguía yo siendo un tronco; el Instituto México se caracterizaba por su alto nivel futbolístico y había una liga interclubes, la cual exigía el entrenamiento por las tardes, pero como vivíamos lejos de la colonia Del Valle, mi madre priorizaba la tarde para llevar a mis hermanas al ballet. Mis hermanas estudiaron con Sonia Amelo seis años sin pasar del grand plié y el demi plié y yo me quedé en la banca perpetua de mi vida futbolística.
Dados los acontecimientos, volví al futbol de sillón con furia desmedida; me importaban un bledo Mr Ed, las caricaturas de Popeye y Bataman y Robin, y exigía con furia ver el partido del América aunque el Doctó estuviese en el hospital por alguna guardia. Tenía yo siete años y sí, ahora lo confieso, tuve una etapa muy negra en mi vida: le fui al América una temporada.
Afortunadamente se me quitó en la temporada 75-76 gracias al Cruz Azul, que a la postre se volvió tricampeón con mis héroes Miguel Marín y el "Alacrán Jiménez". Pero de chaval se es muy volátil y pronto cambié al Atlético Español, donde jugaban unos negros peruanos sensacionales: Muñante, Estupiñán y Gerónimo Barbadillo, creo que también estaba Chumpitáz; eran un trabuco. Pero para la temporada 77-78 el hit eran los Pumas, de la Univiersidad Nacional; me volví fan del goleador Cabinho y del debutante Hugo Sánchez, el "Niño de Oro", como le decían en esos años. A partir de esa temporada he sido, soy y seré PUMA, universitario y de corazón azul y oro. Ah, lo olvidaba, desde esos años también ODIO al América; me saca ronchas de solo pensar en ese club. El otro día mi consorte me llamó "americanista closetero"; estuve a punto de llamar a mis abogados y finiquitar mi relación conyugal.
Salvo las cascaritas ocasionales en la cuadra, con mi entrañable amigo Juan Bernardo, quien morirá pensando que sigo siendo un tronco, lo mío seguía siendo el futbol de sillón; me encantaba escuchar a Ángel Fernández cuando iniciaba la crónica del partido diciendo "Este es el juego del hombreeeeeeeee" con una vozarrón que mi madre detestaba y le llamaba "el bocazas". Fernández vivía muy cerca de mi casa, y ya de adolecentes, Juan Bernardo y yo convivimos un par de tardes con uno sus hijos: Alí, llamado así según él por la admiración de Fernándes por el boxeador Mohamed Alí. Es una fortuna que el "Maromero" Páez no era famoso cuando el bautizo del vástago.
Los años pasaron con varios mundiales de por medio, mucha televisión y poco o nulo futbol real, salvo las cascaritas de la cuadra. A cambio dediqué el tiempo a la natación y luego al ciclismo, donde vestí la casaca de los Pumas, precisamente, en el equipo de ciclismo de la UNAM. Mis mejores y competitivos años pasaron sobre la bicicleta, donde aprendí que rodar en pelotón tiene una meta y hay mucho trabajo de equipo.
Pero el futbol siempre ha estado ahí: el Doctó y yo nos hicimos muy buenos cuates en la temporada 85-86 en que los Pumas vencieron al América; por primera vez en toda mi vida, mi padre y yo ibamos juntos al Estadio Azteca; esa noche, en el partido de ida, llegamos tarde porque el Doctó tuvo mucha consulta y nos tocó un verdadero baño de alguna miasma que no era precisamente cerveza. Al partido de vuelta, en el Estadio Universitario, decidimos no ir y verlo por televisión. Ese día murieron dieciseis personas en un tunel.
También fuimos a un partido del mundial de 1986, Inglaterra vs Paraguay, lo mejor fue el ambiente y la cantidad de cervezas que el Doctó me disparó; salimos del estadio con tanta voluntad que nos hicimos amigos de unos holligans ingleses. Yo tenía 20 años y era novio de Zharife.
Por esos años ya no había cascaritas en la calle, Juan Bernardo y yo descubrimos el fuego del licor, el brillo del dinero, el automóvil, el cine y la mujer, parafraseando a Serrat. Pero el futbol de sillón seguía ahí, fortalecido por la novedad de la tertulia; y entonces se hizo común juntarnos a ver el Chivas-América, o el Pumas-Cruz Azul.
En octubre inauguraron una cancha de futbol en la compañía donde laboro; es para seis jugadores por bando y de pasto paspalum, del usado en las canchas de golf, está hermosa la canchita. Me invitaron a jugar en un equipo y elegí ser arquero. Lo que nunca hice en el Istituto México, lo vine a hacer a los 42 años, y aunque luzco rozagante como un mocetón, lejos estoy de tener la movilidad de un muchacho de 20. Jugué por primera vez de manera oficial; con un árbitro, con tachones, con uniforme y con todo el protocolo del caso requiere. Los primeros dos partidos lo hice bien, con algunos lances voluntariosos y buenos resultados. El tercer partido, la final del torneo relámpago, no fue bueno; me rompí un dedo si saberlo en el primer tiempo, perdíamos por diferencia de un gol y en el segundo tiempo el equipo rival arremetió sin contemplaciones, mi equipo se cansó y además, cometí errores implacables.
La temporada comenzó de nuevo, esta vez con 16 jornadas por disputar entre siete equipos. Hace una semana volví como arquero después de que mi amigo Cantú se lesionó el hombro, jugué casi todo el segundo tiempo; ganabamos 4-3 cuando entré y salvé dos goles rivales sosteniendo nuestra victoria; esta vez era el héroe. Así es el futbol real; a veces da, a veces quita.
Volvamos al futbol de sillón. Hoy jugó el Atlante contra los Tigres en cuartos de final. Mi segundo equipo son los Potros del Atlante porque son cancunenses desde hace tres temporadas; ahora soy POTRO-PUMA. Los Potros ganaron jugando mal y pasaron a semifinales. Mañana juegan mis Pumas contra Cruz Azul, ya veremos.
Todo apunta a que seguiré siendo un crack en el sillón.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Blindness

El martes andábamos de buenas mi consorte y yo. Decidimos ir al cine. Se necesita estar muy de buenas para ir al cine en Cancún. No es fácil lidiar con una cantidad de subnormales que va al cine a platicar, a socializar con sus compañeros de venta de tiempos compartidos, a beber martinis de fresa, a tragar como cerdos desde palomitas hasta crepas, a hablar por su nuevo celular (hubo un neandertal que una vez puso el espíker) o a hacer cualquier otra cosa que no sea limitarse a ver la película. Mi amada y yo somos fans del 007, pero mi consorte, abnegada como buena mujer sumisa y mexicana, accedió a ver Blindness. Ninguno de los dos hemos leído la novela de Saramago, pero ambos conocemos su obra y sabemos sus alcances. No fue difícil convencerla. Además estábamos de buenas. Además el cine estaba solo.
La peli está dirigida por Fernando Meirelles, quien posee en su filmografía el peliculón "Ciudad de Dios" (Cidade de Deus, 2002. Dato cultural para mis amables lectores de Shrewsbury, Bostwana, Yokohama y Chicoutimi) y basada en la novela "Ensayo sobre la ceguera" del gran escritor portugués y premio Nobel, José Saramago. Del luso hay una anécdota hermosísima; un día, cuando se encontraba en el umbral de la famosidad, un periodista le preguntó: "Don José, ¿por qué usted comenzó a escribir después de los cuarenta años?". Saramago se rascó la nuca y simplemente contestó, como quien contesta la nimiedad de por qué diablos no hay cerveza en el refri: "Porque no tenía nada que contar..."
El mecánico automotriz retirado, al parecer desarrolló una cantidad de cosas bárbaras que contar, porque no ha dejado de sorprendernos, al menos a mí, que me dejó estúpido con su "Evangelio según Jesucristo".
Cuentan los que saben que, Ensayo sobre la ceguera es su obra maestra, por lo tanto, el portugués nunca tuvo dentro de sus planes vender los derechos para hacerla película. Al final lo convencieron y finalmente se comenzó a rodar en 2007 en locaciones de Toronto, Saõ Paulo y Montevideo. Con un guión adaptado extraordinario, un reparto multinacional, y una magistral dirección.
En una ciudad irreconocible, que puede ser cualquier ciudad del mundo, la gente comienza a quedarse ciega, uno por uno de los habitantes padece paulatinamente ceguera blanca, hasta que prevalece el caos y aflora lo peor y lo mejor de los hombres y las mujeres.
Con una extraordinaria fotografía que va de difuminados a blancos y exageradas sobreexposiciones, el director utiliza estos y otros recursos para generar tensión en el expectador; la escena de cuando las mujeres van del pabellón uno al tres, es un ejemplo de que no se necesita ser explícito para provocar una reacción de horror en el público (¿me estás leyendo Tarantino?).
La historia es una parábola de la condición humana, de toda esa porquería que somos capaces de sacar cuando la anarquía reina, de lo podrido que está el género humano, de suciedad y desvarío. Pero también de la grandeza de los hombres y de las mujeres, de la solidaridad, de la hermosa capacidad de la compasión y el amor, del instinto de ayudar y de servir. De la esperanza. Blindness es un tratado de ética y un microcosmos del comportamiento humano. Una película cruda, áspera y muy inteligente, no apta para cualquier público.

lunes, 17 de noviembre de 2008

No tiene la culpa el indio...

Quienes me conocen o me han tratado más allá de dos cervezas, saben que aborrezco a Carlos Loret de Mola. Me cae mal; se me hace un pseudo periodista amarillo apadrinado por su familia y amigos poderosos. Ver el noticiero de la mañana que él conduce es para mí un tormento; y si hubo algún resquicio en el cuál me pude congraciar con él, fue cuando por supuesta afición taurina entrevistó al torero José Tomás, evidenciando que su conocimiento de la tauromaquia no llega más allá del chisme y el vodevil.
El viernes tuve que ir como enviado especial de la compañía para la cual trabajo, a nuestro stand en la Expo Proveedor Kapta 2008, una feriecilla bastante pinche en el Centro de Convenciones de Cancún. Como levantón para tan deslucido evento estaba anunciada una "conferencia magistral" de Carlos Loret de Mola, a las 4 de la tarde.
Parte por curiosidad morbosa y parte porque la feria estaba muerta y por el stand no pasaba nadie, me apersoné en el auditorio los últimos quince minutos de la mentada conferencia magistral. Me sorprendieron varias cosas; la primera es que el auditorio no estaba lleno, lo cual indica que la misma feria y su tema, a pesar de su conferenciante, no tuvieron el suficiente poder de convocatoria. En cuanto me senté a escuchar a Loret, caí en cuenta que era alguien un tanto diferente al que aparece todas las mañanas en el noticiero; un sujeto de mediana estatura, con una camisa de lino arrugada más allá del lino, desfajada y mal abotonada, de pie ante un micrófono, más en el papel de un híbrido de Dr. Phil con David Letterman, región cuatro. No imaginé que un economista, ganador del premio nacional de periodismo pudiera decir tanta burrada, en tan corto tiempo, y que su público estuviera muerto de la risa celebrándole su show inicuo. Loret hablaba con una informalidad tan irresponsable como si lo hiciera en la sala de sus tías, y la gente reía a chorros y le celebraba sus gracias. En esos quince minutos de mi intromisión en esa "conferencia magistral", Loret se dio vuelo. Vino al final, una ronda de preguntas:
Preguntón 1: Carlos, ¿crees que se deba de invertir en metales preciosos?
Carlos: Mira, en un tiempo de crisis como el que estamos viviendo, hay que ir hacia donde sopla el viento, y si todo indica que hay que comprar oro, o plata, o lo que sirva, pues hay que hacerlo(...).
Preguntón 2: Carlos, ¿entonces crees que Juan Camilo iba a ser el próximo candidato a la presidencia?
Carlos: Eso ya estaba cantadíiiiiisimo, ya se hablaba de eso, eh; mira yo ya sabía que se Mouriño se iba a buscar la gobernatura de Campeche (...)
Preguntón 3: Carlos ¿Tiene posibilidades Cárdenas Batel en las próximas elecciones?
Carlos: Uyyyyyy , eso si lo encuentran porque anda perdidísimo (risas), Cárdenas anda en España, entonces la veo muy difícil que pueda organizar algo desde allá, pero hay que ver si los de su partido (...) No hay más preguntas, ¿verdad? pues ha sido un gustazo estar acá, en Cancún...
Salí del auditorio y comencé a roer mentalmente lo que vi y escuché. Mis conclusiones son variopintas: uno, Loret me pareció bastante simpático como showman y la gente le festejó todo. Dos, ¿el tipo dijo algo trascendente o quedó en plática de cantina?. Tres, ¿la gente se lo cree?. Cuatro, Loret es considerado un líder de opinión, desde hace un tiempo, por mucha gente. Cinco, si antes me caía mal, mi opinión no cambia, evoluciona. Ahora Loret me da risa.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Clipperton


No se por qué extraña razón, siempre me han apasionado las historias de náufragos. De alguna manera siempre he tenido en la mente que un naufragio significa la posibilidad de demostrar a uno mismo sus capacidades más escondidas, y es ahí, en el naufragio, en el aparente desastre, donde se encuentran y a veces, florecen.
Baboseando en internet di con la Isla de Clipperton, también llamada la Isla de La Pasión; un atolón de seis kilómetros cuadrados situado a 1,200 millas de Acapulco, donde no hay nada más que guano de aves y murciélagos, una roca con forma de castillo, una laguna interior de aguas sulfurosas y apestosas y 13 palmeras sembradas por el alemán Schultz.
Como el dios google es muy generoso, me fue llevando por toda la historia de esta islita hasta que llegué a gandhi.com y compré por primera vez en mi zorombática vida, un libro por internet: La Isla de la Pasión, de Laura Restrepo.
Escrita en 1989 cuando la colombiana estaba exiliada en México, La Isla de la Pasión es una novela documentada (o documental) de la tragedia de Clipperton; narra la historia completa del atolón desde su descubrimiento por Magallanes quien la llamó "La Isla de la Pasión" y luego el pirata Clipperton que, al creer que era su único descubridor, la bautizó con su apellido y la usó para refugiarse en sus ratos libres y contar su botín con sus compinches. Cuando la humanidad descubrió que el guano era un excelente fertilizante, algunos países como Estados Unidos y Alemania se dedicaron a buscar isletas perdidas en los mares para explotar este fosfato. Fue hasta principios del siglo XX cuando México se acordó que la isla era parte del territorio nacional y comenzó a enviar soldados al atolón.
El Capitán Ramón Arnaud, recién casado con Alicia Rovira, una adolescente bien educada de Orizaba, llega al mando de once soldados con sus familias a establecerse en Clipperton, con la orden de proteger la isla ante cualquier amenaza e investido como gobernador. Un barco les proporcionaría provisiones cada tres meses desde el continente. Sólo que hubo un pequeño problemita: la Revolución Mexicana. Los dos oficiales y sus familias quedan abandonados a su suerte. La novela, que está basada en hechos reales y bien documentada, va narrando las incidencias de la isla y los personajes y retrata de manera soberbia la personalidad de los dos protagonistas principales: Ramón Arnaud y su esposa Alicia. Al final, el relato termina como fue realmente; una tragedia.
Comencé a leerlo y el libro me fue envolviendo poco a poco hasta un punto donde no pude parar sino hasta el final. Conforme iba leyendo, me iba angustiando más y más, hacía tiempo que no sentía tal sensación con un libro: hombres y mujeres abandonados a su suerte en una isla, presos del escorbuto y la locura. Aunque de Restrepo leí "Delirio", el cual me pareció muy bueno, éste me ha gustado más, tal vez porque, ya lo dije, me apasiona el tema; me leí "Relato de un náufrago" de García Márques, a los catorce años paradito en la sección de libros de Liverpool de Insurgentes mientras mi mamá hacía una visita por corsetería; cuando llegó a buscarme para irnos a la casa me faltaban como veinte páginas para terminar el relato, con todo y eso la convencí que me lo comprara para prestárselo a mi papá. Llegando a casa me lo volví a leer fascinado.
Cuando Jacobo Zabludowski agarró la modita de preguntarle a los entrevistados "si usted fuese confinado a una isla desierta ¿qué libros se llevaría?" a mi me encantaba escuchar las respuestas, a veces agudas, a veces inteligentes y en otras ocasiones muy estúpidas de sus entrevistados. Yo iba cambiando mi lista personal semana a semana y me imaginaba leyendo bajo un cocotero. Este ejercicio, sin querer, me fue haciendo un lector ávido.
La posibilidad del abandono, del desastre y la pérdida de los lazos que unen la realidad, es para mí el gran tema. Un naufragio significa ruptura; náufrago equivale a improvisar, a tomar decisiones de vida. Ramón Arnaud tomó decisiones, las que creyó que eran las mejores para un soldado que antepone todo ante la patria. Bien vista, la novela es un microcosmos de la mentalidad y las pasiones humano-mexicanas (valga la barbaridad del barbarismo): Ramón piensa y actúa de una forma, su mujer de otra, sin embargo tocan puntos concordantes; la tropa tiene otra lectura de las cosas, lo mismo pasa con los niños, así como el gobierno que se le olvida que hay un destacamento en Clipperton.
Restrepo, colombiana, bogotana como el agiaco, se metió a investigar el alma de los mexicanos: sus pasiones, sus alegorías, sus diferencias e incongruencias; aún así se le fueron palabrillas tan colombianas como "corotos" y "cabuya", que en mexicano no significan nada pero quieren decir "chácharas" y "mecate". Sin embargo, queda un magnífico trabajo de investigación y un oficio de escritora que queda como precedente para obras posteriores como la ya citada "Delirio".
Dejo un link donde Carmen Aristegui, en entrevista con el empresario Manuel Arango y Miguel Gonzalez Avelar, exsecretario de educación pública, hablan de Clipperton y sus personajes. Lo rescatable de la entrevista son las imágenes de la isla y las fotos de los personajes reales; los comentarios, principalmente de González Avelar, no valen mucho la pena. La entrevista es de 2007 y ninguno de los tres involucrados da crédito a la escritora colombiana. Ahora que si usted está interesado en leer la novela, por favor no vea la entrevista.
Me siguen conmoviendo los naufragios y la idea de permanecer aislado y perdido del mundo. Tal vez, los naufragios son mentales y a veces, quedamos solos en nuestras islas imaginarias para destruirnos o deconstruirnos, hasta que la razón nos rescate.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Recomendaciones del Zorombático


Primero un chistecín:
– Pepito ¿Qué te pasó?
– Nada Maestra
– ¿Cómo nada? Vienes todo arañado... y golpeado...
– Es que... mmm... ¡me caí de la bici!
– No puede ser, las heridas que produce una caída son raspones, y tu vienes todo arañado...
– Okey, maestra, usted gana... pero el gato es mío ¡y me lo cojo como YO quiera!

Segundo; no soy ni musicólogo, ni artista, ni toco un instrumento, ni tengo experiencia en el ámbito del amansamiento musical de las masas, y mucho menos tengo intenciones de aparecer en el elenco de "el show de los sueños", pero se me ha antojado poner en MI blog recomendaciones de la música que llega a mis manos, luego se introduce en mi iPod y finalmente permanece en mis oídos. Sirva este post es para sugerir el primero de muchos cedés.

Tercero y último. El otro día, baboseando por el MixUp de acá (que, por cierto, en la Península de Yucatán, la "X" en maya tiene un sonido de "Shhh", entonces no es "MixUp" sino "MishUp". Este dato cultural es cortesía de mi amiga La Reina del Mayab) me encontré un disco de Bobo Stenson Trio; nunca había escuchado al Sr. Bobo, así que pedí al encargado que pusiera el disco; lo escuché un par de minutos, me encantó y lo compré. Leyendo me enteré que el Sr. Bobo pertenece a la vieja guardia del jazz nórdico; el pianista sueco llegó a tocar con Sony Rollins, Gary Burton y el inolvidable Stan Getz. El disco "Cantando" que recomiendo ampliamente, es su más reciente producción con el trio formado por Anders Jormit en el contrabajo, Jon Fält en la batería y Bobo Stenson al piano.
Cantando es una pieza íntima; busque usted la manera de escucharlo relajado, de preferencia con un whisky, un buen vino o algún trago de octanaje para adultos, y trate de encontrar las texturas deliciosas que hay entre el piano, el contrabajo y la batería. A lo mejor no le entra a la primera, y como los licores añejos, hay que encontrarle el sabor. Muy recomendable para quien gusta de Keith Jarret. Al parecer, al Sr. Bobo le gusta y sabe algo de lo latinoamericano, pues el disco abre con "Olivia" una canción de Silvio Rodríguezy en el track cinco puede usted escuchar "Chiquilín de Bachín" aquel tango de Horacio Ferrer y el grandioso Astor Pantaleón Piazolla. Chiquilín arranca con un solo de batería sui generis y la pieza es una auténtica joyita. Otro track increíblemente bello y delicado es "Don's Kora Song"; pero al final, todo el disco es un deleite: jazz diferente, a veces raro, muy fino y muy recomendable.