domingo, 21 de febrero de 2010

El amor, la infidelidad y otras payasadas (Dos de tres)


Estimado Tiger Woods, dos puntos. Reconozco que usted es un gran jugador de golf; le he visto hacer tiros increíbles y jugadas maestras dentro y fuera del green. Muchos le consideran un fuera de serie, un iluminado, un monstruo del golf y hay quien se apresura a llamarlo el más grande de toda la historia de la cacariza, brincándose a Hogan, a Nicklaus, a Palmer y a Ballesteros. Todo el mundo, hasta los que no les gusta o no conocen el deporte, saben quién es míster Tiger Woods.
Usted ha ganado más de noventa millones de dólares sólo en los torneos de la PGA, no le estoy contando los patrocinios de Nike, FedEx, Gillette y muchas marcas más, en las cuales su imagen engalana revistas, catálogos, anuncios y estampitas en los cornflakes. Además, usted está casado con una hermosa rubia, noruega por añadidura, que era modelo y para pasar el rato hacía de baby-sitter de los hijos de su compadre Jasper Parnievik, él los presentó.
Perdóneme el atrevimiento, señor Woods, pero usted siempre me ha caído bien gordo.
Ya le dije que reconozco sus méritos como extraordinario jugador, pero desde que lo vi jugar por primera vez, hace ya mucho tiempo, usted me ha parecido un sujeto arrogante y pagadito de sí mismo. Yo creo que han de ser sus desplantes, que van bien en futbolistas como Messi o Beckham, porque practican un deporte arrabalero, pero a usted le gana la emoción serrana; como cuando algo sale mal y tira el bastón o le pega a la grama, y hace un corajito de párvulo malcriado. Sangroncito usted, con todo y sus fundaciones donde ayuda a mucha gente, incluidos niños huérfanos. De verdad, es usted un gran tipo, pero muy sangrón.
El colmo fue su último show; todo el escándalo que se sucedido por algo que comenzó como un accidente de autos y se hizo largo, tan largo como un par 5, terminando con que usted le puso el cuerno a su rubia con 19 mujeres de todos colores y sabores (una de ellas era actriz porno, ¡lo que le ha de haber enseñado!), resultó que le quitaron un montón de patrocinios (TAG Heuer, Gillette y las estampitas de los cornflakes) y que usted tuvo que dejar de jugar temporalmente y declararse adicto al sexo... mire nomás...
Míster Woods, mi Tiger, le voy a decir por qué es usted tan sangrón: por creer que le debe una disculpa a todo el mundo por su comportamiento, y ahí va, con su carita de "yo no fui, ellas me pusieron algo en el trago" a decirle a todo el mundo, en conferencia de prensa, que se arrepiente y que va a rehabilitarse y reconstruir su familia.
¿Usted cree que nos importa? Sinceramente, a mí me tiene sin cuidado si usted emboca todo lo embocable más allá del green, lo desagradable es que hay mil historias extraordinarias de golfistas que usted, con sus arrogancias de dios del golf, eclipsa de manera mediática.
Por último, míster Tiger, acostumbro jugar golf con mi amigo Carlitos de vez en cuando, y esto sí le voy a agradecer: gracias a usted, nos hemos reído mucho ultimamente, y que conste que Carlitos sí es su fan, yo no; nunca lo seré.
Le deseo lo mejor. Saludos a su esposa. Atentamente: Zorombático.

PD: El show "I'm deeply sorry" se puede ver clicando aquí.

viernes, 12 de febrero de 2010

El amor y la pistola de Melchor Ocampo (1a de 3)


Cuando transitábamos en la bella edad de la punzada, esa que la gente decente llama adolescencia, mi amigo Juan Bernardo solía decir "¿tú que sabes del amor, si nunca te han besado en el ombligo?", luego, con un par de tequilas coquetos, la frase degeneraba en "¿tú que sabes del amor, si no te ha besado el burro albino?" acto seguido, nos atacábamos de la risa.
En esos días de verano adolescente e irresponsable, nos dio por colarnos a las bodas. Solíamos hacerlo con tal de socializar y conocer chicas de no malos bigotes, además de beber algunos tragos coquetos.
Teníamos cara de muchachos bien portados y todo el mundo nos dejaba entrar a todos lados. Buscábamos bodas civiles, pues ahí estaban las mejores chicas, eran más exclusivas (las bodas, no las chicas) y desde luego, había whisky en lugar de tequila. Las bodas civiles tenían una particularidad que las hacía únicas: la Epístola de Melchor Ocampo; esa carta que el juez leía indicando a los contrayentes sus obligaciones conyugales. Esta parte de la ceremonia era el punto culminante donde el juez recitaba con engolada voz las obligaciones de cada una de las partes de ese fundamental contrato social que se llama matrimonio.
Una noche de sábado en una boda civil, sin dejar de ver a la novia, que era la menos bigotuda de todas sus invitadas, decidimos brindar por la Pistola de Melchor Ocampo.

La Epístola de Melchor Ocampo será retirada de las ceremonias de matrimonios civiles debido a su obsolescencia, en un acuerdo celebrado en la Cámara de Diputados. Escrita en 1859, la mujer promete obediencia al hombre mientras que éste, cuyas dotes sexuales son principalmente el valor y la fuerza, deben dar a la mujer protección alimento y dirección, dice la carta.
Melchor Ocampo, era un prohombre mexicano que fue abogado, científico y político liberal que murió fusilado en 1861 por los conservadores.

En los últimos años, la epístola ha causado evidente salpullido entre los contrayentes; como ejemplo pongo a una de mis dos hermanas (no digo cual para que el mundo no se entere) que marchose a casarse a Canadá para evitar el trago amargo de la Epístola (o de la Pistola) de Melchor Ocampo.
Como saben la mayoría de mis siete fieles lectores de Shrewsbury, Botswana, Yokohama y Chicoutimí, soy un hombre casado por las tres leyes: por la iglesia, por lo civil y por la fuerza (en ese orden), pero la jueza que me casó tuvo un detalle de elegancia: leyó la Epístola, argumentando que era su obligación (dura lex, sed lex {la ley es dura, pero es la ley... para los que fueron a escuela de gobierno y no tienen el latín como segunda lengua}) y terminando, se recetó un poema bellísimo de Rubén Darío que casi hace llorar al Doctó.
En fin, la Pistola, perdón, la Epístola de don Melchor ya no acompañará a los contrayentes hasta el tálamo nupcial: ya me imagino al novio, con problemas de disfunción eréctil justo en su gran noche porque el juez, a través de la carta de don Melchor le recordó que tiene que cuidar con valor y fuerza a su flamante señora (nueva, por estrenar, brand new pues!). O a la novia flamante (echando llamas de coraje) porque el Sr. Ocampo le recordó que debe de guardar obediencia, agrado, asistencia y consuelo a su marido... Bueh... Okey, el míster se hizo pipí un poquito fuera de la bacinica... pero ¿acaso no todos los matrimonios (o no matrimoniados, arrejuntados y fuera de la ley) que vivimos en armonía con nuestra pareja tenemos que llegar a acuerdos?
Tal vez la Epístola de Melchor Ocampo sea obsoleta en su forma, mas no en su fondo. Tal vez, esas parejas que se unen creyendo que todo va a ser fácil y como los tiempos de novios donde todo es vida y dulzura y truenan en los primeros veinticinco minutos del primer tiempo, se les debe recomendar leer algún texto que los impulse a pensar en la solidaridad como pareja, como una pequeña sociedad con metas, con planes de contingencia para tiempos difíciles, con concesiones para los domingos de futbol y los tés canasta con las amigas, con una indicación en letra pequeña que diga "hasta que la muerte los separe".

FOTO: Harold Loyd y dama que lo acompaña en: http://sitioexpresodemedianoche.blogspot.com/