sábado, 31 de octubre de 2009

Un bastardo que cuenta historias


Cuentan los que saben que Quentin Tarantino, hijo de madre soltera, pasó parte de su post-adolescencia “trabajando” en un blockbuster. He entrecomillado el verbo debido a que el post-puberto y granoso Quentin, alrededor de los veinte años, no trabajaba, observaba películas todo el día.
Al ver una película de Tarantino, todo puede pasar; su cine es diferente, diverso, es cine para divertirse. Con una violencia exacerbada e irreal, Quentin deja el sello de un realizador que conoce de cine, sabe su historia y recorta como en un collage, imagen tras imagen de películas viejas y de serie B que vio en el blockbuster de su post adolescencia y las sancocha con música de westerns y películas setenteras.
Un periodista le preguntó una vez a Pablo Picasso por qué garabateaba. El malagueño dijo una frase magistral como sus garabatos: “sólo quien sabe dibujar puede desdibujar”. Muchos años después, frente a su computadora, Quentin Tarantino escribiría un guión donde se auto concede el hermoso garabateo fílmico de cambiar el curso de la historia de la segunda guerra mundial en “Inglourious Basterds”. Lo genial de éste film reside en en la veteranía de Quentin, en la madurez que dan más de veinte años haciendo cine y verter en una película toneladas de historia fílmica entremezclada en imágenes, planos, secuencias, música y, desde luego, sensacionales diálogos; ficticios, irreales, pero con todo su sello desde Reservoir Dogs. En Bastardos sin gloria, no puede faltar la rubia, la femme fatale de lánguida mirada; a San Quentin le gustan las rubias (como a éste zorombático) pero además es fetichista y ama los pies, se regodea con ellos, y deja que la rubia planeé incendiar a los nazis en un videoclip dentro del filme con música de ¡David Bowie! mientras se coloretea sus carnosos labios de rubia lánguida.
Yo ya no voy a las salas de cine. No voy porque no llega nada a este pueblote digno de pasar las molestias de bastardos comiendo, hablando por celular y murmurándole a sus bastarditos lo que no entendieron. Sin embargo, ver una película de Quentin Tarantino merece la pena de internarse en los subterfugios con olor a palomitas rancias o soportar las chapuzas de operadores inexpertos que colocan la cinta en el formato inadecuado, porque finalmente, ir a ver una película de Tarantino es ir a ver cine.

domingo, 18 de octubre de 2009

El Quebrantahuesos



Sí, tuve dengue. La noche del lunes dormí muy mal, tuve pesadillas y desperté varias veces bañado en sudor. Al despertar me encontraba en extremo cansado, no sabía qué me pasaba. Fui a dar mi clase temprano y cuando regresé, comencé a experimentar dolores en las piernas como si hubiera corrido diez kilómetros el día anterior o jugado cinco partidos de futbol seguidos. Tenía dolor en todo el cuerpo y pequeños moretones en las piernas. Me comencé a marear. Fui por el termómetro y éste dijo: fiebre. Llamé a la consorte. Cualquier hombre sensato llama a la mujer que lo debe cuidar. Después vinieron las llamadas a mi equipo de doctores de cabecera: la Doctora Miranda, especialista oftalmológica con doctorado en línea en Vademecum Instantaneus; el Doctó Miranda, con su mejor y más clásico diagnóstico: "tú no tienes ná, déjate de vainas"; y last but not least, mi querido gurú y veterinario de cabecera, Lucas, sobreviviente de seis dengues en los últimos doce años. Cada uno de ellos dio cátedra y aportó sus conocimientos.
Lo maravilloso de este trance fue en convertirme en celebridad en el feisbuc a unos escasos segundos de publicar mi foto con carita moribunda, termómetro incluído. La mayoría preguntaba "¿ya te vio un doctor?" pues claro, tres emitieron su juicio exacto gracias a las maravillas de la tecnología, las fotos digitales y el email.
Pero la que le puso la tapa al frasco fue la consorte, que me cuidó como si fuera socia del Hospital Ángeles del Pedregal o algo así; literalmente veló todas mis noches con fiebre y me consintió con cualquier cantidad de golosinas recetadas por mis doctores de cabecera: gelatinas, gatorade a mil, té helado, nieve de limón, kiwis y un par de tequilitas para no sufrir. Obviamente, yo ponía mi carita gitana y una sonrisita de nene agradecido, pero la consorte, que sabe de qué lado masca la iguana, espetaba: "cuando te alivies y estés bueno y vuelvas a tu círculo de fama y fortuna, a ver si me sigues queriendo".
Para el sábado (ayer) todo había terminado. Como vaticinó Lucas, de repente me sentí sin dolor alguno y listo para lo que sigue. Listo para recuperar casi una semana perdida.
Yo no se cuando me picó el méndigo mosco, pero seguro fue cuando me metí en la selva a buscar las bolas que pierdo por no sacar derechos mis drivers. Sí, soy un mal golfista, por lo tanto estoy expuesto a peligros como piquetes de moscos con dengue, cocodrilos hambrientos y compañeros de juego extorsionadores.
Gracias a todos los que se preocuparon por este zorombático; no hay problema, hierba mala nunca muere.

viernes, 9 de octubre de 2009

Coneja de pelo azul


Las portadas de Playboy siempre han sido perturbadoras. O debo decir... ¿más turbadoras?
Cuando era un escolar, el doctó solía recogerme a la salida del Instituto México, la escuela primaria que me dio lustre social, justo en una esquina donde había un perturbador kiosco de revistas que un día de principios de curso, desplegaba a Miss Septiembre; una trigueña cuarto de milla, ojiverde, boquipecadora, con una caja torácica de antología sometida por una camiseta mojada que apenas cubría las partes más pudentas de su gentil anatomía. Ahí estaba yo, frente a esa publicación, zorombático y jadeante, esperando a mi papá que llevaba diez minutos de retraso y yo diez minutos de no quitarle la pupila de encima a la boquipecadora.
Las portadas de Playboy lo dicen todo; mujeres hermosas e insinuantes que son la mejor apertura a una publicación fina y elegante, que contrariamente a lo que algunas mentes mojigatas piensan, el contenido mantiene un alto nivel intelectual en cuanto a entrevistas y contenido editorial de calidad. Playboy utiliza elegantes fotos de desnudos clasificadas como material para adultos, sin embargo la publicación ha alcanzado fama con sus artículos y entrevistas entre las cuales destacan las de Fidel Castro, Malcolm X, Bertrand Russell, Salvador Dalí, Martin Luther King Jr., Jean-Paul Sartre, George Wallace, Cassius Clay (Muhammed Ali), Pelé, Orson Welles, Ralph Nader, Arthur C. Clarke, Yasser Arafat, Stephen Hawking, Shintaro Ishihara, Carl Sagan y John Lennon entre otros, lo cual permite un gag cotidiano el decir "yo leo Playboy sólo por sus artículos"... si, claro...
Lo que no termina de quedarme claro es ¿qué diablos hace ahí, en el lugar de honor, Marge Simpson? Es maravilloso cómo los tiempos cambian y un dibujo de una mujer que representa el working class norteamericano aparezca en la portada de una de las revistas para caballeros más emblemáticas del mundo; un dibujo de la matriarca de la familia americana prototipo del fin del siglo XX que trascendió al XXI; la mamá de un chico amarillo subnormal y mujer de un estúpido que a la vez es un tipo divertidísimo. La familia Simpson, al final, es una radiografía de la sociedad gringa promedio, que permea a las ya globalizadas sociedades clase media que aún quedan en latinoamérica.
Sin embargo, insisto: esa portada, ese puesto de honor, debería ser para Jessica Rabbit. Oh sí.