jueves, 16 de septiembre de 2010

La bandera de Felipe


Estimado Felipe, permíteme llamarte así, de tú, y brincarme de un plumazo tu investidura como Presidente de México. No es falta de respeto, pero si llegas a leer esto, significará que estas en mi territorio, en ésta casa virtual que es mi blog; aquí me puedo permitir ciertas licencias. Además, mi consorte y yo hemos recibido un paquete que nos has enviado, firmado por ti, con una bandera, un libro y una carta, lo cual sirve éste post como agradecimiento. Ningún otro presidente me había enviado ni regalado nada, y mira que a mis cuarenta y cuatro tacos tú eres mi presidente número ocho y he tenido que soplarme sexenios que comienzan con esperanza y siempre acaban en crisis. Por eso, a mi consorte y a mi, nos emocionó mucho la bandera y corrí pronto a colgarla de los barrotes de una ventana que nos protegen de los ladrones que han querido entrar a robar la casa. No subí a lo más alto ni me tiré envuelto en ella, como lo sugirió un amigo en el feisbuc, lo cual me parece patético porque a pesar de que el amor a la patria no está en sus mejores días, no es motivo para olvidar que el respeto a nuestros símbolos patrios es lo que nos distingue como mexicanos; mi madre y mis maestros, desde muy pequeño, me decían que los gringos pueden ponerse su bandera hasta en los calzones, pero nosotros, los mexicanos, no. Siempre me inculcaron ese respeto; por eso me tuve que sermonear ayer a uno de mis alumnos que contó campechanamente en clase que se carranceó tres banderas enviadas por ti a su vecindario. Le hablé de que quitar tres banderas a sus destinatarios fue una manera de robar tres ilusiones de país, tres modos de evitar el agandalle y las corruptelas, tres modos en que nosotros, la mayoría de los mexicanos que nos encanta criticar, sigamos perdiendo la oportunidad de ponernos a trabajar en pos de un país mejor, un país de primera, un país ganador, como siempre lo has dicho tú, ¿verdad?. Sí Felipe, me encantó la bandera que nos enviaste, y mi consorte se emocionó mucho cuando leyó tu carta, tanto que la pegó con un imán en el refri y presumió el hecho con sus cuates de la chamba; con ellos pudo constatar que a muchos les llegó tu carta, la letra del himno y hasta el libro, pero no la bandera. Tal vez, algún mexicano se las revendió a otro mexicano para comercializarlas, otro ejemplo de que el ser gandalla impera desde hace más de doscientos años, ¿o acaso desde las guerras de Independencia, la Reforma y la Revolución no ha habido agandalle? Históricamente lo traemos en los genes, Felipe. Así como criticar sin saber, sin ponerse en los zapatos del otro.
Por eso tanta alharaca con las celebraciones del Bicentenario y el dinero que te has gastado. ¿Conmemorar qué? decían los hunos (perdón, los "unos") si no hay nada que celebrar decían los otros, y al final un gran debate que, tan a la "mexicana", sólo nos desgasta y nos hace perder el tiempo... como el que vamos a perder en este mega-puente de cinco días, que tú mismo impulsaste y promoviste, y ahí sí perdóname pero no estoy de acuerdo; ahora es cuando más debemos trabajar y menos descansar. Conmemorar sí, ¿celebrar?. Por qué no mejor lanzas un decreto programando la celebración en el 2021, fecha en que se celebraría la verdadera independencia de México, en el cual tenemos los mexicanos once años para cristalizar objetivos concretos: preparar la verdadera celebración de un país nuevo, con mejor educación, con mejor calidad de vida, libre de violencia y corrupción.
Yo sigo creyendo que nací, crecí y vivo en un gran país, el único que tengo; por eso trabajo y hago el intento todos los días de ser buen ciudadano. Por eso no me he ido. Creo, Felipe, que los mexicanos no jalamos parejo, que el mito de los cangrejos nos rebasa y que no sabemos trabajar juntos, por un objetivo común. Por eso algunos te atacan y critican tu gobierno, y critican tus banderas y el dinero que gastaste en ellas y en la celebración del Bicentenario; y está bien, pero antes de ello, debemos preguntarnos cada uno de nosotros, desde el más pobre al más rico, del más criticón hasta el más panista, desde el más honesto al más gandalla ¿qué estamos haciendo para que éste país sea mejor?

viernes, 3 de septiembre de 2010

Adiós Don Germán


Mi amigo Beto me enseñó a leerlo, justo cuando estaba mutando mi ser de ex-estudiante-universitario-semi-comunistoide a proto-yuppy-capitalista y dejé de leer La Jornada y comencé a interesarme por el Reforma. A la hora de la comida, salía de la agencia de publicidad donde trabajaba, cruzaba Av. Tamaulipas y comía la comida corrida de la fonda de mi amigo. Mientras esperaba la sopa y a sugerencia de Beto, leía La Gaceta del Ángel, columna en el Reforma. Era 1994; el "Bucles" era un bebito y "La rubia misteriosa" surcaba los párrafos sin recato. Leía a Germán Dehesa e invariablemente me ponía de buenas, me divertía; muchas veces solté la carcajada limpia y sin recato en medio de las mesas de la fonda o en el vagón del metro, los jueves que mi Tsuru no circulaba. Pero también me hacía reflexionar. Don Germán provocaba en mí el gozo por la ciudad que poco a poco me empujaba al exilio voluntario, me entusiasmaba con las citas de los libros que leía montándolos en su panza, su whisky y sus viernes de "hoy-toca". Me entusiasmaba su coherencia.
No he dejado de leerlo; siempre con ese mismo entusiasmo de los primeros años y admito la influencia en mi vida de un hombre que nunca conocí personalmente pero que siempre sentí de mi familia por la simple razón de la cercanía ideológica, no siempre compartida pero sí con la certeza de saber que leía a un hombre culto, honesto, sencillo y amable, que poseía la cualidad de demostrarlo escribiendo.
Don Germán sabía que se estaba muriendo y apenas el jueves pasado lo escribió y anunció en su columna que tenía cáncer; “No me estoy despidiendo. Yo espero que falte mucho como para que ocurra algo tan ingrato..." y sin embargo, tuvo el privilegio de saber morir.
Descanse en paz un chilango ejemplar, que amó su ciudad, que descifró el alma del mexicano común; amo del ingenio, la ironía y la lucidez. Lo voy a extrañar mucho. Más que a Monsi.