La primera vez que pateé un balón de futbol en una cancha fue el 3 ó 4 de septiembre de 1972, en el Instituto México. La fecha la infiero porque las clases comenzaban siempre después del insufrible informe presidencial, que duraba 5 o 6 horas; se encadenaba la transmisión por radio y televisión, se escuchaba en el mercado, en los parques públicos y hasta las tiendas departamentales, y sumía a la muchachada en la más profunda depresión, pues era el preludio inequívoco del fin de las vacaciones y la vuelta a clases al otro día.
Aquel infausto día de primero de primaria, pateé el balón de cuero que pesaba un catorzal y anoté gol, en mi propia portería. El hecho marcó mi estadía durante toda la primaria y la inevitable antipatía de mis compañeritos de equipo, quienes hicieron hasta lo imposible por sabotear mis posteriores incursiones futboleras y aprovechando el ambiente de una escuela de varones, dejaron caer toda su furia en mi zorombática y escueta personita. Sin embargo, nunca decayó mi gusto e interés por el futbol.
En casa, después de los toros, el futbol era la segunda religión. Muchos paseos dominicales fueron postergados o suspendidos a causa de algún partido, y comencé a aficionarme al futbol de sillón desde muy temprana edad, echado a los pies del sofá donde el Doctó veía la tele. En la cancha, seguía yo siendo un tronco; el Instituto México se caracterizaba por su alto nivel futbolístico y había una liga interclubes, la cual exigía el entrenamiento por las tardes, pero como vivíamos lejos de la colonia Del Valle, mi madre priorizaba la tarde para llevar a mis hermanas al ballet. Mis hermanas estudiaron con Sonia Amelo seis años sin pasar del grand plié y el demi plié y yo me quedé en la banca perpetua de mi vida futbolística.
Dados los acontecimientos, volví al futbol de sillón con furia desmedida; me importaban un bledo Mr Ed, las caricaturas de Popeye y Bataman y Robin, y exigía con furia ver el partido del América aunque el Doctó estuviese en el hospital por alguna guardia. Tenía yo siete años y sí, ahora lo confieso, tuve una etapa muy negra en mi vida: le fui al América una temporada.
Afortunadamente se me quitó en la temporada 75-76 gracias al Cruz Azul, que a la postre se volvió tricampeón con mis héroes Miguel Marín y el "Alacrán Jiménez". Pero de chaval se es muy volátil y pronto cambié al Atlético Español, donde jugaban unos negros peruanos sensacionales: Muñante, Estupiñán y Gerónimo Barbadillo, creo que también estaba Chumpitáz; eran un trabuco. Pero para la temporada 77-78 el hit eran los Pumas, de la Univiersidad Nacional; me volví fan del goleador Cabinho y del debutante Hugo Sánchez, el "Niño de Oro", como le decían en esos años. A partir de esa temporada he sido, soy y seré PUMA, universitario y de corazón azul y oro. Ah, lo olvidaba, desde esos años también ODIO al América; me saca ronchas de solo pensar en ese club. El otro día mi consorte me llamó "americanista closetero"; estuve a punto de llamar a mis abogados y finiquitar mi relación conyugal.
Salvo las cascaritas ocasionales en la cuadra, con mi entrañable amigo Juan Bernardo, quien morirá pensando que sigo siendo un tronco, lo mío seguía siendo el futbol de sillón; me encantaba escuchar a Ángel Fernández cuando iniciaba la crónica del partido diciendo "Este es el juego del hombreeeeeeeee" con una vozarrón que mi madre detestaba y le llamaba "el bocazas". Fernández vivía muy cerca de mi casa, y ya de adolecentes, Juan Bernardo y yo convivimos un par de tardes con uno sus hijos: Alí, llamado así según él por la admiración de Fernándes por el boxeador Mohamed Alí. Es una fortuna que el "Maromero" Páez no era famoso cuando el bautizo del vástago.
Los años pasaron con varios mundiales de por medio, mucha televisión y poco o nulo futbol real, salvo las cascaritas de la cuadra. A cambio dediqué el tiempo a la natación y luego al ciclismo, donde vestí la casaca de los Pumas, precisamente, en el equipo de ciclismo de la UNAM. Mis mejores y competitivos años pasaron sobre la bicicleta, donde aprendí que rodar en pelotón tiene una meta y hay mucho trabajo de equipo.
Pero el futbol siempre ha estado ahí: el Doctó y yo nos hicimos muy buenos cuates en la temporada 85-86 en que los Pumas vencieron al América; por primera vez en toda mi vida, mi padre y yo ibamos juntos al Estadio Azteca; esa noche, en el partido de ida, llegamos tarde porque el Doctó tuvo mucha consulta y nos tocó un verdadero baño de alguna miasma que no era precisamente cerveza. Al partido de vuelta, en el Estadio Universitario, decidimos no ir y verlo por televisión. Ese día murieron dieciseis personas en un tunel.
También fuimos a un partido del mundial de 1986, Inglaterra vs Paraguay, lo mejor fue el ambiente y la cantidad de cervezas que el Doctó me disparó; salimos del estadio con tanta voluntad que nos hicimos amigos de unos holligans ingleses. Yo tenía 20 años y era novio de Zharife.
Por esos años ya no había cascaritas en la calle, Juan Bernardo y yo descubrimos el fuego del licor, el brillo del dinero, el automóvil, el cine y la mujer, parafraseando a Serrat. Pero el futbol de sillón seguía ahí, fortalecido por la novedad de la tertulia; y entonces se hizo común juntarnos a ver el Chivas-América, o el Pumas-Cruz Azul.
En octubre inauguraron una cancha de futbol en la compañía donde laboro; es para seis jugadores por bando y de pasto paspalum, del usado en las canchas de golf, está hermosa la canchita. Me invitaron a jugar en un equipo y elegí ser arquero. Lo que nunca hice en el Istituto México, lo vine a hacer a los 42 años, y aunque luzco rozagante como un mocetón, lejos estoy de tener la movilidad de un muchacho de 20. Jugué por primera vez de manera oficial; con un árbitro, con tachones, con uniforme y con todo el protocolo del caso requiere. Los primeros dos partidos lo hice bien, con algunos lances voluntariosos y buenos resultados. El tercer partido, la final del torneo relámpago, no fue bueno; me rompí un dedo si saberlo en el primer tiempo, perdíamos por diferencia de un gol y en el segundo tiempo el equipo rival arremetió sin contemplaciones, mi equipo se cansó y además, cometí errores implacables.
La temporada comenzó de nuevo, esta vez con 16 jornadas por disputar entre siete equipos. Hace una semana volví como arquero después de que mi amigo Cantú se lesionó el hombro, jugué casi todo el segundo tiempo; ganabamos 4-3 cuando entré y salvé dos goles rivales sosteniendo nuestra victoria; esta vez era el héroe. Así es el futbol real; a veces da, a veces quita.
Volvamos al futbol de sillón. Hoy jugó el Atlante contra los Tigres en cuartos de final. Mi segundo equipo son los Potros del Atlante porque son cancunenses desde hace tres temporadas; ahora soy POTRO-PUMA. Los Potros ganaron jugando mal y pasaron a semifinales. Mañana juegan mis Pumas contra Cruz Azul, ya veremos.
Todo apunta a que seguiré siendo un crack en el sillón.
6 comentarios:
Tocayo: El fútbol es una maravilla tan extraña, que se disfruta aún cuando nos proporciona más dosis de sufrimiento que de placer.
Muy buen post, que además me ha enseñado otra coincidencia linguística de mexicanos y argentinos: tronco significa lo mismo aquí y allá.
Abrazo austral de otro crack de sillón.
P.D.: no conseguí los cedés de GK. Mi hija ha viajado ahora a Europa, espero los encuentre por allá... y que me los regale ;-)
Estmado Zoroprofesó:
Indudablemente que recordad es vivir y en algunos casos, hasta revivir.
He tratado, con algún éxito, de descubrir el por que o los por ques del arrastre que tiene el balonpie entre los humanos. Una de mis conclusiones mas sesudas es la exigencia que tiene el juego en la precisión usando todo el cuerpo excepto lo mas preciso que tenemos: las manos.
El contar con un pulgar oponible ha provocado mucho de lo bueno y lo malo del desarrollo humano. El futbol es el único deporte que niega el uso de la maravilla corporal, pero exige la precisión que da la mano. Juega como si pasaras con las manos, pero usando los pies o la cabeza.
Y ver a tipos que lo consiguen frecuentemente como algo muy natural, despierta admiración y pasión.
Así que, vivamos el futbol, mientras vivamos.
el futbol me CAGA, asi en toda la extension de la palabra. Viene desde la cuna, ningun hombre de mi familia, ni mi papa han sido futboleros. Aqui solo vemos el mundial.
Ninguno de mis exnovios era pambolero y eso es algo que SIEEEEMPREEE agradecere y por eso yo los queria tanto.
El infierno me libre de vivir con uno.
Tocayo: es cierto, más sufrimiento que placer; que masoquistas somos.
Un abrazo tropical.
PD: ¿Tu email funciona? me ha rebotado varios mensajes.
Mi Lucas:interesantísimas conclusiones, y qué lindo es el futbol cuando lo juegan bien los que saben, dejándonoa a nosotros disfrutar y beber unas nutritivas cervezas bien frias ¿verdad?
Nena Mostra: no la culpo, lo mismo opinan el 75% de las mujeres... de todo el planeta, incluída mi madre y mi hermana Maribel. Mi amá espetaba al Doctó: "yo no se que le ves a veintidós babosos corriendo tras una pelotita", ahora el Doctó le reclama que se la pasa todo el día viendo el tenis... cada quien sus gustos.
Consígase un novio futbolista, de esos que son cracks en el área chica, no se arrepentirá.
Primito hermoso,
Pues el futbol no me apasionaba hasta que decidi ser madre, parece que mi hijo nacio con una pelota de futbol bajo el brazo y desde chiquito se quedaba lelo frente al TV viendo futtbol, decia gol mejor que mama... asi que me toco buscarle el lado bueno al tema.
Ahora con Juanjose de 11 años jugando como defensa en la liga de la ciudad de Shrewsbury, pues me toca mamarme todos los berracos partidos quiera o no quiera, bajo el sol o bajo tres grados, como la semana pasada,(casi casi me congelo).
Tengo un hijo apasionado por el futbol, lo cual es peor que novio o marido futbolero.
TE quiero un monton y si me acuerdo del ajiaco en Zipaquira....ahhhhh tiempos aquellos.
Prima hermosa, qué maravilla que JuanJo traiga el virus del futbol inoculado de fábrica. Y mejor que sea defensa que delantero o portero; los defensas se hacen fuertes aprendiendo a resolver y trabajando para el equipo, y eso, para un crío como el tuyo, es muy formativo.
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