jueves, 6 de agosto de 2009
El Sitio de Morgan (Parte III)
Cuando era niño no me gustaba la carne de res. A mis hermanas tampoco. El Doctó siempre se enojaba cuando mi madre reclamaba que no comíamos. El Doctó tenía siempre una sentencia infalible: "¿Qué harían utedes en una guerra?" espetaba, "Cuando el Pirata Morgan sitió Cartagena de Indias sólo había ratas pa'comé... ¡y se las tuvieron que comé! ¡Así que come! ¿O cuál es la vaina?".
El Doctó siempre ha tenido una pedagogía sui generis.
Muchos años después, un domingo por la mañana, llegamos a Cartagena de Indias. Rodrigo Bastidas la bautizó así en 1502 porque la bahía le pareció tan cerrada que le recordó a la Cartagena andaluza.
De hecho, la ciudad vieja de Cartagena es un intenso recuerdo andaluz. La ciudad con once kilómetros de muralla aguantó los embates de Francis Drake, Lucien Leclerq y Henry John Morgan. En marzo de 1741 la ciudad fue sitiada por las tropas del almirante inglés Edward Vernon, que arribó con una escuadra de 186 navíos y 23,600 hombres (la flota más grande reunida hasta entonces y que no sería superada hasta el Desembarco de Normandía).
El Doctó tenía razón con aquello de la comida.
Lo que hacía tan especial a Cartagena era que de ese puerto salía todo el oro de Sudamérica a España, además de que era el centro distribuidor de esclavos más importante; se calcula que en la construcción de la muralla participaron más de 200 mil esclavos africanos.
Esta hermosa negra vendía artesanía en plata. Accedió gustosa a que le tomara fotos y al final nos decía "Blanco, cómprame una joyita, pero no pa'la esposa, llévale a la novia o a la amante, a la que te hace gozá".
Ahora que si lo que usted busca son esmeraldas, ha llegado al lugar correcto; Don Luis Caballero tiene un próspero taller y fábrica de joyas donde podrá encontrar ese souvenir para... quien usted guste. Esmeraldas de todos tamaños y precios, joyas de todo tipo y si no hay nada de su agrado, Don Luis la fabrica y se la envía. Es un gran anfitrión.
Para esas hora ya comenzaba a dar sed. La Plaza de Santo Domingo es tal vez, mi lugar favorito en la ciudad antigua. Decidimos tomarla como base de operaciones; tenía lo indispensable: cerveza, baños, sombra y mucho ambiente.
Además ahí vive esta maravillosa Gorda de Botero.
Justo enfrente de la Iglesia de San Pedro Mártir.
Pero la ciudad va contando cosas conforme se le va explorando. Como lo que vivían Florentino Ariza y Fermina Daza en El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez.
Tal vez por estas calles, hace un siglo, caminaron esos personajes imaginarios.
Pero ciertamente, la ciudad es inspiradora para contar historias de amor y pasión.
Caía la tarde y caminamos fotografiando los balcones de Cartagena.
Los hay de todo tipo. Inclusive algunos están en espera de restauración.
Pero el Doctó ya estaba en otra cosa...
Ya no le interesaba ver balcones.
Yo seguía absorto en la ciudad, metiéndome por donde veía incidencias interesantes, como este escultor, Carlos Restrepo, quien estaba tallando una sirena magnífica.
Al final, volvimos a la Plaza de Santo Domingo. Ya era de noche y comenzó la rumba. Tomamos un par de cervezas más disfrutando del ambiente y de la hospitalidad de los cartageneros. Terminaba nuestro sitio de un día completo en la antigua ciudad amurallada.
Voy a regresar pronto. Lo juro.
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4 comentarios:
Amé la foto del balcón que espera su restauración. Me gustan las pequeñitas ciudades, tienen un aire de viejo pero bonito. Ya puedo imaginarme mejor a Fermina con su vestido y su sombrilla tda muerta de calor ella.
El escultor, Restrepo, no tiene nada que ver con la escritora verdad?? jaja
qué bonito escribe las historias
Espero que se haya echado una a mi salud, donde haya sido y lo que se haya echado, pues lo que haya sido, en un ambiente como el ilustrao, deberá ser por fuerza sabroso.
bien por usté...
1. Pa cuando regreses, me llevas.
2. ¡Qué buenas fotos!
3.- ¿Qué comió?
Profe: es usted un recoveco. Leí algunas cosas y puedo imaginar su cabeza como un laberinto lleno de rincones de donde saca eventos y personajes. Es admirable. Sólo espero que la botellita de Ron Caney no haya provocado nada de esto ¡jejeje!
Le mando un saludo y gracias por enseñarnos tanto.
Ivette González.
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