sábado, 17 de enero de 2009

De purísima y oro (el aeropuerto)


Estoy en el aeropuerto de Cancún, esperando abordar el vuelo 160 con destino a la Ciudad de México. Sentado en un bar cerca de la sala B, rodeado de turistas gringos ruidosos que regresan a sus lugares de origen, creo que son de Michigan, y cuando la mesera dice "Corona", los gringos, en su aprendizaje pavloviano, salivan y gritan todos "¡¡Couroooona!! felices, excitados. El proceso de motivación-aprendizaje aplica hasta en vacaciones. A mi lado derecho, muy próximos a mí, tanto que casi podrían ver el monitor de mi mac mientras escribo, hay una pareja de argentinos. Él tiene un aire de Alfio Basile con algunos bifecitos de más, ella es la versión regordeta de Libertad Lamarque siglo XXI. Se acerca un amigo de ellos a saludar: "¿Qué onda pinche güey, dónde vos andás, boludo?" La transculturación a mil, aún en vacaciones. Este aeropuerto es así; este año voy a cumplir diez de vivir en en este pueblo con mar turquesa y visito el aeropuerto muchas veces al año. Ya me acostumbré al ambiente post festivo de la gente, de su feliz retorno a casa, de su fue lindo estar aquí, pero ya me voy, tal vez regrese el año que viene. Fue lindo pasear semi desnuda por la playa, pero regreso a mi clima templado y mi traje sastre, regreso a mi freeway y a mi chimenea, fue lindo emborracharme como marrano pero tengo que regresar, irreductiblemente, a mi congregación de buenas conciencias.
Estoy aquí, a la mitad de mi Corona michelada, esperando un avión que me llevará a la ciudad donde nací y viví hasta los 33 años, con el único y certero propósito de ir a la corrida de toros de mañana. ¿Me pregunto por qué soy aficionado? ¿Por qué cada vez que escucho un pasodoble mi cuerpo agarra otra consistencia? ¿por qué diablos desde que tenía siete años, después de la ducha, toreo con la toalla un astado imaginario, desnudo, como haciendo la luna y luego me visto como si la camisa fuese la chaquetilla y los pantalones la taleguilla? ¿Por qué cuando estoy cerca de la Plaza México, percibo la vida de manera diferente? ¿Por qué desde niño sueño con plazas, toros y sorteos? ¿Por qué los domingos sin toros no son domingos? ¿Por qué voy a abordar un avión, decidiendo de última hora ver una corrida que no se va a televisar porque José Tomás, el rockstar de todos los toreros así lo decidió?
El virus de la locura taurina se me inoculó desde hace mucho tiempo, tal vez ya lo traía mi madre cuando me llevaba en ella, embarazada, a ver al Cordobés. Y el virus, esa locura, nunca se quita.

1 comentario:

Octavio dijo...

Decían un amigo, cuando me invitaba a torear vaquillas, vamos a "matar el gusano", a lo que inmediatmenet corregía..." ese gusano(la afición) qué se va a morir, nomás engorda el cabrón..."

Estas maravillas de afición como volar de Cancún a México, hoy, sólo ls logra José Tomás. ¡esto es afición, carajo!