viernes, 12 de febrero de 2010
El amor y la pistola de Melchor Ocampo (1a de 3)
Cuando transitábamos en la bella edad de la punzada, esa que la gente decente llama adolescencia, mi amigo Juan Bernardo solía decir "¿tú que sabes del amor, si nunca te han besado en el ombligo?", luego, con un par de tequilas coquetos, la frase degeneraba en "¿tú que sabes del amor, si no te ha besado el burro albino?" acto seguido, nos atacábamos de la risa.
En esos días de verano adolescente e irresponsable, nos dio por colarnos a las bodas. Solíamos hacerlo con tal de socializar y conocer chicas de no malos bigotes, además de beber algunos tragos coquetos.
Teníamos cara de muchachos bien portados y todo el mundo nos dejaba entrar a todos lados. Buscábamos bodas civiles, pues ahí estaban las mejores chicas, eran más exclusivas (las bodas, no las chicas) y desde luego, había whisky en lugar de tequila. Las bodas civiles tenían una particularidad que las hacía únicas: la Epístola de Melchor Ocampo; esa carta que el juez leía indicando a los contrayentes sus obligaciones conyugales. Esta parte de la ceremonia era el punto culminante donde el juez recitaba con engolada voz las obligaciones de cada una de las partes de ese fundamental contrato social que se llama matrimonio.
Una noche de sábado en una boda civil, sin dejar de ver a la novia, que era la menos bigotuda de todas sus invitadas, decidimos brindar por la Pistola de Melchor Ocampo.
La Epístola de Melchor Ocampo será retirada de las ceremonias de matrimonios civiles debido a su obsolescencia, en un acuerdo celebrado en la Cámara de Diputados. Escrita en 1859, la mujer promete obediencia al hombre mientras que éste, cuyas dotes sexuales son principalmente el valor y la fuerza, deben dar a la mujer protección alimento y dirección, dice la carta.
Melchor Ocampo, era un prohombre mexicano que fue abogado, científico y político liberal que murió fusilado en 1861 por los conservadores.
En los últimos años, la epístola ha causado evidente salpullido entre los contrayentes; como ejemplo pongo a una de mis dos hermanas (no digo cual para que el mundo no se entere) que marchose a casarse a Canadá para evitar el trago amargo de la Epístola (o de la Pistola) de Melchor Ocampo.
Como saben la mayoría de mis siete fieles lectores de Shrewsbury, Botswana, Yokohama y Chicoutimí, soy un hombre casado por las tres leyes: por la iglesia, por lo civil y por la fuerza (en ese orden), pero la jueza que me casó tuvo un detalle de elegancia: leyó la Epístola, argumentando que era su obligación (dura lex, sed lex {la ley es dura, pero es la ley... para los que fueron a escuela de gobierno y no tienen el latín como segunda lengua}) y terminando, se recetó un poema bellísimo de Rubén Darío que casi hace llorar al Doctó.
En fin, la Pistola, perdón, la Epístola de don Melchor ya no acompañará a los contrayentes hasta el tálamo nupcial: ya me imagino al novio, con problemas de disfunción eréctil justo en su gran noche porque el juez, a través de la carta de don Melchor le recordó que tiene que cuidar con valor y fuerza a su flamante señora (nueva, por estrenar, brand new pues!). O a la novia flamante (echando llamas de coraje) porque el Sr. Ocampo le recordó que debe de guardar obediencia, agrado, asistencia y consuelo a su marido... Bueh... Okey, el míster se hizo pipí un poquito fuera de la bacinica... pero ¿acaso no todos los matrimonios (o no matrimoniados, arrejuntados y fuera de la ley) que vivimos en armonía con nuestra pareja tenemos que llegar a acuerdos?
Tal vez la Epístola de Melchor Ocampo sea obsoleta en su forma, mas no en su fondo. Tal vez, esas parejas que se unen creyendo que todo va a ser fácil y como los tiempos de novios donde todo es vida y dulzura y truenan en los primeros veinticinco minutos del primer tiempo, se les debe recomendar leer algún texto que los impulse a pensar en la solidaridad como pareja, como una pequeña sociedad con metas, con planes de contingencia para tiempos difíciles, con concesiones para los domingos de futbol y los tés canasta con las amigas, con una indicación en letra pequeña que diga "hasta que la muerte los separe".
FOTO: Harold Loyd y dama que lo acompaña en: http://sitioexpresodemedianoche.blogspot.com/
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5 comentarios:
Perdón por la ignorancia, no conozco el texto de Ocampo, pero el hecho de haber sido liberal me hace dudar de él y eso sin contar su vergonzoso paso a la historia por la firma del tratado de McLane-(of course) Ocampo aunque quedaria mejor mejor NcLane-Juárez Ocampo, jajaja, bueno perdón por la ignorancia y la pregunta ¿Ocampo estuvo casado?
Según recuerdo, en mi matrimonio civil sí nos leyeron la cartilla... digo la epístola, pero hábilmente editada para evitar eso de la obediencia. Supongo que el juez ya tenía alguna mala experiencia con novias de armas tomar que le lanzaron el ramo, la copa de champaña o lo que encontraron a mano por leer tamaña barbaridad machista... que no lo es tanto, si la tomamos en contexto.
Como dice usted, mi buem Zoromb, en el matrimonio se tiene que llegar a acuerdos, como dicen los gringuitos: something's got to give.
¡Muchos saludos!
Mi estimado Octavio, Ocampo estuvo casado y tuvo una hija. Ese tratado evidencia a Juárez y a él como pro-yankis; hay mucho de la historia oficial que nos enseñaron en la escuela que está trucada y es falsa... Juárez era una fichita, como tantos proceres de nuestra historia: Carranza, Elías Calles, Obregón, y la lista continúa hasta los bandidos contemporáneos que nos gobiernan.
Mi querida Özer, el matrimonio es una cruz muy pesada... pero tiene muchos lados divertidos, acuérdese que no tiene la culpa el indio...
Un abrazo!!
Zorombas, casi escupo agua de naranja sobre el monitor. Me has hecho reir a un punto en que dudo que tenga todavía amarrado el ombligo para que alguien me lo bese.
La Pistola de Melchor Ocampo... así debió haberse llamado oficialmente desde 1950. A las muchas bodas civiles a las que he asistido, el juez se limita a ignorarla. Creo que hace bien, pero sí más vale tener ahí una lectura de puntos a tomar en cuenta.
Marido y yo tenemos uno sólo: "Con un histérico a la vez, es más que suficiente". Así que el primero que pierda la compostura se fregó al otro que tiene que guardarla a toda costa.
Beso a la Consorte.
Por cierto, en mi círculo de amigos, familiares y extras, el amor se probaba besando guajolotes o policías. Hasta que un día yo anduve con un microbusero, re buen muchacho él... pero mi familia me hacía burla (los nacos elitistas) y me decían: "Tú sí sabes de amor, ya besaste a un microbusero".
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