miércoles, 23 de diciembre de 2009

Sancocho

En secundaria, el profesor de biología hablaba de un "caldo primigenio" donde surgió la vida. Pedía que sacáramos el cuaderno de academias y dibujáramos aquel caldo primigenio en el cual una bacteria llevó a otra a la múltiple procreación de las especies que poblaron la tierra.
La clase era antes del recreo y de manera inequívoca, salivaba yo al escuchar la palabra que evocaba los calditos de pollo que hacía mi mamá, de manera amateur o deportivamente; esos caldos que se hacen de manera rápida, sin complicaciones, para matar el hambre y el tiempo. Pero los días importantes, el caldo se transformaba en sancocho, que si bien es un caldo, este tiene una elaboración minuciosa, artesanal. El sancocho es la obra maestra de la gastronomía costeña colombiana.

Volviendo al caldo, éste tiene poderes curativos; si alguien enferma, lo mejor es un caldito de pollo bien caliente. La historia da cuenta de que cada tribu, cada clan y cada grupo social tiene su propio caldo que lo integra como comunidad. Que sería de los españoles sin su cocido, o el puchero argentino, el frijol con puerco de los yucatecos, el ajiaco (¿con jota, Nana?) de los bogotanos... tantos caldos tan sabrosos, que son el jugo de el entorno, el extracto del alimento que al final reconforta el estómago, y el espíritu.
Un caldo es un buen ejemplo de como el tiempo madura los ingredientes y los combina y amalgama para llegar a ser un plato delicioso y reconfortante.

Hoy, a la hora de la comida, me encontré en el refri varios trozos de carne de res; esas costillas con hueso que tienen mucho gordo y que caen gordas si las cocinas asadas. Las eché a una cacerola, agregué verduras, condimentos y esperé. No hay nada más amargo que cocinar con hambre. Probaba el caldo cada determinado tiempo, y descubrí como el sabor y la espesura del potaje cambiaba conforme se iban cocinando los ingredientes, como el tiempo dejaba que la química hiciera de las suyas.

Este año ha sido como un caldo, cocinado con hambre.

sábado, 12 de diciembre de 2009

El copy es amor


No cabe duda que al copywriter de este anuncio LE URGEN unas clases de redacción.

En un descuido, hasta otras de persuación...


y de selección de medios...

viernes, 13 de noviembre de 2009

Asociaciones Tarantinescas


Doña Eme puso un comentario en el post anterior que no me hizo mucho sentido sino hasta la segunda vez que lo leí, hace dos horas. La primera vez, me fui en banda porque atendí los soliloquios de las rubias y las jaquecas de mi amiga y fiel lectora; hace dos horas, el nombre de Hugo Stiglitz me hizo "click".
Por supuesto que el personaje de Tarantino en Inglorious Basterds me hizo gracia, y hasta pensé "se parece a nuestro Hugo Stiglitz" pero no lo había racionalizado hasta hace dos horas, en una especie de epifanía, vinieron un montón de recuerdos e ideas asociadoras en mi mente.
La primera es el Gigante de Av. Taxqueña en 1976; el Doctó pasó por mí a la primaria donde me daban lustre social y para hacer tiempo antes de recoger a mis hermanas en el Instituto Cultural, entramos a comprar productos de la canasta básica: vinos y cervezas. En la entrada del almacén, en una mesa decorada con unas piernas de buzo con aletas negras, mutiladas y chorreantes de sangre simulada con celofán rojo, estaban cientos de libros coronados por un letrero caligráfico donde se leía "Tintorera, la nueva e inquietante novela de Ramón Bravo". El Doctó la echó al carrito sin leer la solapa.
Unos días después, mientras me entretenía jalándole las trenzas a mi hermana pequeña, mi madre, harta de las quejas y berridos de la nena (yo nunca supe por qué se quejaba tanto) me llamó a la cocina y me aplicó su clásico castigo: "siéntate y lee en voz alta diez páginas de este libro". Era un castigo; la última vez me había recetado "El pequeño escribiente florentino" de Edmundo D'Amicis, una auténtica bomba lacrimógena. Tintorera fue diferente, comienza con el relato de una pesadilla de un hombre que despierta entre las sábanas revueltas donde se encuentra el cuerpo desnudo de una esbelta rubia que duerme profundamente... "Mami ¿qué quiere decir "esbelta"? A mis diez años entendía "rubia" pero no "esbelta". Mami cortó por lo sano: mira Miguel, ve a jugar pero por favor -tomaba aire- ya no molestes a tus hermanas, o te acuso con tu padre cuando llegue. Había algo en esa sentencia, y en la lectura, que me orillaban a lo clandestino. Me leí el libro a escondidas y de un tirón, por supuesto. Pacté una tregua temporal con las trenzas de mis hermanas.
En 1977, Tiburón, de Spielberg hacía las delicias de grandes y chicos en la pantalla. El Doctó nos llevó a verla al cine Pedro Armendariz. "Mira como come gente ese animaá" decía. A los pocos meses apareció la versión mexicana de Tiburón. Se llamó "Tintorera", estelarizada por Andrés García y Hugo Stiglitz.
Me moría de ganas de verla, supliqué a mi padre que me llevara al cine, argumenté que a pesar de mis once añitos podía pasar por un mocetón de diecisiete (já! se atacaba de la risa el Doctó) y me quedé con las retecochinas y morbosas ganas de ver esa joyita del cine nacional, que prometía el sangriento sacrificio de las más bellas y esbeltas rubias desnudas en las fauces de la tintorera, el tiger shark, nuestro Jaws región cuatro.
Pasaron diez o quince años y me leí de nuevo el clandestino libro; su autor, Ramón Bravo, fue un intrépido oceanógrafo, camarógrafo, investigador, ecologista y científico sonorense, que llegó a Isla Mujeres antes que todos y descubrió que los tiburones duermen; lo hizo mientas buscaba chernas en unas cuevas al noreste de la isla y ese descubrimiento lo catapultó al infinito, pasando a ser íntimo de Jacques-Yves Cousteau et al. Tenía un programa de televisión que se llamaba "Las aventuras submarinas de Ramón Bravo" y yo era su fan. Iba a las escuelas, convivía con mocosos preguntones como yo, escribía libros ilustrados con sus propias fotos subacuáticas y en sus ratos libres, se daba tiempo para escribir novelas de rubias esbeltas y desnudas. Tal vez, Ramón Bravo fue una referencia para que muchos años después, yo practicara el buceo y me fuera a vivir a Cancún.
Bravo murió en 1998, en su casa de Isla Mujeres. Sucumbió ante un infarto fulminante mientras cambiaba un foco fundido.
Volvamos a Tintorera, la novela. Está escrita de modo atemporal, como las películas de Tarantino. La amistad es un valor primigenio, hay diálogos inteligentes, prevalecen las rubias y corre mucha sangre, como en las películas de Tarantino. Sin embargo, Ramón tiene un recurso narrativo donde entrelaza vidas de otros en relación a un pez; una familia de clase media baja que viaja varios días desde la Ciudad de México en un Ford 200 destartalado para que cinco chiquillos conozcan el azul del Caribe, dos hippies drogadictos que viajan de aventón, personajes locales que Bravo describe e inserta en la novela situando la realidad social de la isla en esos años.
La película se filmó en 1977, aprovechando la cauda que dejó Spielberg y sus tiburones de aguas frías. La producción de René Cardona Jr. contó con actuaciones estelares de Andrés García (precedido de su fama en "Chanoc") y Hugo Stiglitz, además de rubias importadas como Susan George y Priscilla Barnes. Hubo dos versiones del filme; la del director, con rubias esbeltas desnudas sin censura, con parlamentos en inglés y un final muy ecuánime, y la versión mojigata, censurada y doblada, que para los años setenta prevaleció en los cines mexicanos. Tintorera es un filme que rara vez se programa en televisión; hoy, gracias al Dios-You-Tube, pude ver la versión original del director completa, dividida en trece partes.
Me atrevo a decir que la película no es tan mala como para ser mexicana y de la época del cine de ficheras; aunque el guión es una adaptación de la novela de Bravo, que ciertamente es superior, el filme mantiene una estabilidad en cuanto a la dirección y ritmo actoral. Las escenas con tiburones, contrariamente a las películas de Spielberg, fueron hechas con animales verdaderos y silvestres, que fueron muertos para ilustrar la película; mucha de la sangre subacuática es real; eran otros tiempos. Está filmada en Isla Mujeres con algunas escenas del antiguo hotel Camino Real en Cancún y la zona arqueológica de Tulum. Vale la pena ver cómo ha cambiado la zona en treinta años: donde había selva y playas vírgenes ahora es concreto y pavimento de hoteles.


Pero vayamos al punto: Hugo Stiglitz, el protagonista de Tintorera junto a Andrés García, ahora tiene 69 años y continúa participando en películas. Aunque su filmografía no es tan prolífica en cine de ficheras como la de García, Stiglitz participó principalmente en cintas de terror como en "La invasión de los zombies atómicos" o "Cementerio del terror", sólo por citar algunas.
Quentin Tarantino, en sus avatares adolecentes en el Blockbuster donde trabajaba, vio Tintorera y algunas otras películas de El Santo, quedándosele grabado el nombre de Hugo Stiglitz, el cual aprovechó en su personaje caza-nazis de Inglorious Basterds.
Al final queda una asociación que comienza en un postadolecente de Knosville que mira películas serie B para aprender cine, un actor cuyo nombre es homenajeado de modo casi críptico, un montón de rubias esbeltas y desnudas y un chaval que leyó clandestinamete un libro.


Notas importantes: la película Tintorera se puede ver en YouTube dando click aquí. Es la primera de trece partes. La foto de Stiglitz y García, así como algunas notas fueron tomadas de cinecinecine.com, el sitio incluye un video de Tarantino donde habla del personaje en Inglorious Basterds. Hay varias biografías de Ramón Bravo en la red, la más esquemática es la de Wikipedia, no obstante quedan sus libros como testimonio.


sábado, 31 de octubre de 2009

Un bastardo que cuenta historias


Cuentan los que saben que Quentin Tarantino, hijo de madre soltera, pasó parte de su post-adolescencia “trabajando” en un blockbuster. He entrecomillado el verbo debido a que el post-puberto y granoso Quentin, alrededor de los veinte años, no trabajaba, observaba películas todo el día.
Al ver una película de Tarantino, todo puede pasar; su cine es diferente, diverso, es cine para divertirse. Con una violencia exacerbada e irreal, Quentin deja el sello de un realizador que conoce de cine, sabe su historia y recorta como en un collage, imagen tras imagen de películas viejas y de serie B que vio en el blockbuster de su post adolescencia y las sancocha con música de westerns y películas setenteras.
Un periodista le preguntó una vez a Pablo Picasso por qué garabateaba. El malagueño dijo una frase magistral como sus garabatos: “sólo quien sabe dibujar puede desdibujar”. Muchos años después, frente a su computadora, Quentin Tarantino escribiría un guión donde se auto concede el hermoso garabateo fílmico de cambiar el curso de la historia de la segunda guerra mundial en “Inglourious Basterds”. Lo genial de éste film reside en en la veteranía de Quentin, en la madurez que dan más de veinte años haciendo cine y verter en una película toneladas de historia fílmica entremezclada en imágenes, planos, secuencias, música y, desde luego, sensacionales diálogos; ficticios, irreales, pero con todo su sello desde Reservoir Dogs. En Bastardos sin gloria, no puede faltar la rubia, la femme fatale de lánguida mirada; a San Quentin le gustan las rubias (como a éste zorombático) pero además es fetichista y ama los pies, se regodea con ellos, y deja que la rubia planeé incendiar a los nazis en un videoclip dentro del filme con música de ¡David Bowie! mientras se coloretea sus carnosos labios de rubia lánguida.
Yo ya no voy a las salas de cine. No voy porque no llega nada a este pueblote digno de pasar las molestias de bastardos comiendo, hablando por celular y murmurándole a sus bastarditos lo que no entendieron. Sin embargo, ver una película de Quentin Tarantino merece la pena de internarse en los subterfugios con olor a palomitas rancias o soportar las chapuzas de operadores inexpertos que colocan la cinta en el formato inadecuado, porque finalmente, ir a ver una película de Tarantino es ir a ver cine.

domingo, 18 de octubre de 2009

El Quebrantahuesos



Sí, tuve dengue. La noche del lunes dormí muy mal, tuve pesadillas y desperté varias veces bañado en sudor. Al despertar me encontraba en extremo cansado, no sabía qué me pasaba. Fui a dar mi clase temprano y cuando regresé, comencé a experimentar dolores en las piernas como si hubiera corrido diez kilómetros el día anterior o jugado cinco partidos de futbol seguidos. Tenía dolor en todo el cuerpo y pequeños moretones en las piernas. Me comencé a marear. Fui por el termómetro y éste dijo: fiebre. Llamé a la consorte. Cualquier hombre sensato llama a la mujer que lo debe cuidar. Después vinieron las llamadas a mi equipo de doctores de cabecera: la Doctora Miranda, especialista oftalmológica con doctorado en línea en Vademecum Instantaneus; el Doctó Miranda, con su mejor y más clásico diagnóstico: "tú no tienes ná, déjate de vainas"; y last but not least, mi querido gurú y veterinario de cabecera, Lucas, sobreviviente de seis dengues en los últimos doce años. Cada uno de ellos dio cátedra y aportó sus conocimientos.
Lo maravilloso de este trance fue en convertirme en celebridad en el feisbuc a unos escasos segundos de publicar mi foto con carita moribunda, termómetro incluído. La mayoría preguntaba "¿ya te vio un doctor?" pues claro, tres emitieron su juicio exacto gracias a las maravillas de la tecnología, las fotos digitales y el email.
Pero la que le puso la tapa al frasco fue la consorte, que me cuidó como si fuera socia del Hospital Ángeles del Pedregal o algo así; literalmente veló todas mis noches con fiebre y me consintió con cualquier cantidad de golosinas recetadas por mis doctores de cabecera: gelatinas, gatorade a mil, té helado, nieve de limón, kiwis y un par de tequilitas para no sufrir. Obviamente, yo ponía mi carita gitana y una sonrisita de nene agradecido, pero la consorte, que sabe de qué lado masca la iguana, espetaba: "cuando te alivies y estés bueno y vuelvas a tu círculo de fama y fortuna, a ver si me sigues queriendo".
Para el sábado (ayer) todo había terminado. Como vaticinó Lucas, de repente me sentí sin dolor alguno y listo para lo que sigue. Listo para recuperar casi una semana perdida.
Yo no se cuando me picó el méndigo mosco, pero seguro fue cuando me metí en la selva a buscar las bolas que pierdo por no sacar derechos mis drivers. Sí, soy un mal golfista, por lo tanto estoy expuesto a peligros como piquetes de moscos con dengue, cocodrilos hambrientos y compañeros de juego extorsionadores.
Gracias a todos los que se preocuparon por este zorombático; no hay problema, hierba mala nunca muere.

viernes, 9 de octubre de 2009

Coneja de pelo azul


Las portadas de Playboy siempre han sido perturbadoras. O debo decir... ¿más turbadoras?
Cuando era un escolar, el doctó solía recogerme a la salida del Instituto México, la escuela primaria que me dio lustre social, justo en una esquina donde había un perturbador kiosco de revistas que un día de principios de curso, desplegaba a Miss Septiembre; una trigueña cuarto de milla, ojiverde, boquipecadora, con una caja torácica de antología sometida por una camiseta mojada que apenas cubría las partes más pudentas de su gentil anatomía. Ahí estaba yo, frente a esa publicación, zorombático y jadeante, esperando a mi papá que llevaba diez minutos de retraso y yo diez minutos de no quitarle la pupila de encima a la boquipecadora.
Las portadas de Playboy lo dicen todo; mujeres hermosas e insinuantes que son la mejor apertura a una publicación fina y elegante, que contrariamente a lo que algunas mentes mojigatas piensan, el contenido mantiene un alto nivel intelectual en cuanto a entrevistas y contenido editorial de calidad. Playboy utiliza elegantes fotos de desnudos clasificadas como material para adultos, sin embargo la publicación ha alcanzado fama con sus artículos y entrevistas entre las cuales destacan las de Fidel Castro, Malcolm X, Bertrand Russell, Salvador Dalí, Martin Luther King Jr., Jean-Paul Sartre, George Wallace, Cassius Clay (Muhammed Ali), Pelé, Orson Welles, Ralph Nader, Arthur C. Clarke, Yasser Arafat, Stephen Hawking, Shintaro Ishihara, Carl Sagan y John Lennon entre otros, lo cual permite un gag cotidiano el decir "yo leo Playboy sólo por sus artículos"... si, claro...
Lo que no termina de quedarme claro es ¿qué diablos hace ahí, en el lugar de honor, Marge Simpson? Es maravilloso cómo los tiempos cambian y un dibujo de una mujer que representa el working class norteamericano aparezca en la portada de una de las revistas para caballeros más emblemáticas del mundo; un dibujo de la matriarca de la familia americana prototipo del fin del siglo XX que trascendió al XXI; la mamá de un chico amarillo subnormal y mujer de un estúpido que a la vez es un tipo divertidísimo. La familia Simpson, al final, es una radiografía de la sociedad gringa promedio, que permea a las ya globalizadas sociedades clase media que aún quedan en latinoamérica.
Sin embargo, insisto: esa portada, ese puesto de honor, debería ser para Jessica Rabbit. Oh sí.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Seres imposibles


Imagine que tiene 35 años y es hombre (aunque usted sea lectora, piense que es lector); tiene cinco hijos y está casado con una danesa alta, rubia y vikinga; exigente, como cualquier rubia y brava como cualquier vikinga. Una posición sólida: es usted corredor de bolsa (antes de Lehman Brothers). Gana bien, vive bien, no le falta nada. Bueno, sí. Sí le falta. Lo descubre cuando comienza a reunirse y a tener amistad con artistas, con pintores bohemios.
Siga imaginando y aterrice en 1883, en París. Usted es compadre de pintores como Pissarro y Degas y se lleva de piquete de ombligo con ellos. En una de esas, el buen Camille Pisarro, su compadrito ya, le dice a usted "mi estimado, ¿por qué no pintas?"
Sí, imagina bien: usted es Paul Gauguin.
El resto de la historia ya no lo tiene que imaginar, Gauguin fue uno de los más sufridos, locos y maravillosos pintores de todos los tiempos; post-impresionista, mandó a volar a la vikinga y sus cinco hijos, también a Paris y Europa toda, quiso volverse salvaje y se marchó a Tahití, que en esa época quedaba a 3 meses en barco desde Marsella.
Koke, el francés loco que así llamaban los tahitianos, tuvo una abuela que murió cuatro años antes de que naciera su nieto. Se llamó Flora Tristán, y fue anarquista, socialista, protocomunista y fundadora del feminismo moderno. Además fue hija de un coronel peruano y pasó un tiempo en Arequipa, Perú; ahí se gestó su futuro como escritora e ideóloga.
Mario Vargas Llosa nació en Arequipa, en 1936 bajo el influjo de aries (igual que yo: nació cuatro días después del 24 de marzo).

Al Señor Vargas Llosa lo he tenido siempre en alta estima y lo he leído desde que constaté mi fascinación por las letras desde muy pequeñito: comenzando por la sopa y terminando en los libros. Cuando este zorombático iba en sexto de primaria, temía ir a los vestidores del colegio por temor de que le pasara lo que al personaje de "Los Cachorros". Me volví fan de su literatura ágil y divertida que contrastaba con la de Gabo; Vargas Llosa fue un divertimento absoluto con "Pantaleón y las visitadoras" y un deleite cuando leí "La tía Julia y el escribidor". Confieso que me falta "Conversaciones en La Catedral" pero lo compensé con "Elogio de la madrastra".
"El paraíso en la otra esquina" (Alfaguara, 2003) lo tenía arrumbado y sin descelofanear en lo más recóndito de uno de mis libreros. Fue en Sincelejo que mi amigo Rubén Villalba, a quien no veía desde hacía 40 años, me recordó que había que leerlo.
Lo mejor del libro para mí fue imaginar los recursos del escritor durante la hechura del libro: primero la idea: descubrir que hubo una mujer francesa que estuvo en su pueblo natal; luego hilar a esa mujer con la historia y con la vida de un pintor exótico de finales del siglo XIX que resultó ser su nieto; y finalmente, investigar todos los recovecos para llegar a la biografía novelada de dos personajes que buscaron, cada uno a su modo, un ideal; su propia utopía. La biografía de dos seres imposibles.
Tenía tiempo de no leer a Vargas Llosa; había abandonado a los grandes lationoamericanos. Lo único que no me gustó del libro fue la horrenda cubierta de la edición de Alfaguara ¿por qué no contratan a un diseñador que por lo menos lea el libro?.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Stockholm Show


1973
Era verano en Estocolmo. Birgitta Sorensen acudió al banco Kreditbanken a efectuar un depósito. Ella era secretaria de una firma de abogados en la ciudad y habitualmente acudía a esa sucursal, situada muy cerca de su oficina y en pleno centro de la ciudad, en la calle Hötorget, a media cuadra del Konserthuset, donde tomaba clases de violonchelo al terminar las labores de la oficina. Birgitta era una valquiria rubia de l.89 metros de estatura; tenía ojos azules como sus tres hermanas, su madre y su abuela, pero los suyos contenían el frío de los fiordos cuando miraba. Tenía 24 años y estaba comprometida con Ake Dahlberg, un joven y exitoso corredor de bolsa un par de años mayor que ella, con quien casaría a principios de noviembre, teniendo así pretexto para visitar las Antillas y permanecer ahí tres semanas, conociendo los interludios del amor y el matrimonio en un ambiente de treintaidós grados centígrados promedio.
Cuando entró a la sucursal del Kreditbanken, Birgitta iba pensando en comprar brea saliendo de ahí para mejorar la tracción del arco de su violonchelo. No se dio cuenta de que detrás de ella entraban también los tres sujetos que en cuestión de un minuto amagaron al único policía bancario que estaba armado con un tolete de madera de arce, de fabricación canadiense, para robar el banco; acto que debía durar un par de minutos. O así les dijeron. Así estaba planeado.
Las cosas se complicaron; el subgerente alcanzó a llamar a la policía por medio de un timbre de seguridad debajo de su escritorio mientras el gerente perdía tiempo deliberadamente intentando abrir la bóveda; todas esas escenas de Butch Cassidy que Birgitta tenía frescas pues las había visto en el cine, con su novio, una semana antes. El robo se convirtió en secuestro; cuando la valquiria rubia se dio cuenta de que su axila izquierda comenzaba a tener un hedor poco usual, cayó en cuenta de que llevaba más de doce horas dentro de la sucursal. Al principio había sudado copiosamente, al grado de pensar que expelía sangre debido al nivel de la situación. No era una mujer temeraria pero sí valiente. No lloraba por nimiedades. Procuraba no llorar nunca y evocaba la frialdad de los fiordos en sus ojos; sin embargo, en situaciones de estrés, solía sudar como si deambulara por los trópicos. Fue entonces cuando se acercó por primera vez Marc, uno de los tres asaltantes, y le dijo en un sueco afrancesado algo acerca de sus ojos que la hizo reír. Él dejó ver una sonrisa franca, como cuando uno se enamora por primera vez.
A partir de ese momento, ella no volvió a sudar más de lo normal en los siguientes días que duró el secuestro. Marc y sus secuaces procuraron comida y bebida a los rehenes; Birgie, como la llamó el secuestrador, fue premiada con un roll-on exclusivo para su aseo personal. Las negociaciones se llevaron a cabo desde el teléfono del gerente, quien colaboró con los secuestradores como si asistiera a una junta de consejo. En esos días de ocio, conversaban acerca de sus vidas y sus familias, comían pizza y sándwiches de salmón y hasta llegaron a tomar un trago de vodka, que Marc repartió entre los rehenes. Una noche, Birgie soñaba que era perseguida por un monstruo mitad oso, mitad diablo, mientras ella corría desnuda entre los abetos de un bosque. Marc le acercó una manta y le tapó los pies que estaban fuera del sillón; ella despertó y se dejó acariciar la cara tiernamente por el delincuente. En ese momento olvidó que estaba comprometida con Ake; olvidó sus planes futuros y olvidó también su violonchelo. Dejó que el secuestrador se confiara en sus caricias y cuando lo tuvo a tiro, le plantó un beso en la boca, largo, bello y pegajoso que quedó registrado en una de las cámaras de vídeo de la sucursal.
Al sexto día, Marc y sus secuaces se rindieron. Todos los rehenes fueron liberados. Todos ellos, encabezados por Birgitta, se negaron a declarar en el proceso posterior a los delincuentes.
Birgitta se casó con Ake en una ceremonia protestante en una playa de la Martinica en noviembre de ese mismo año. Se divorciaron dos años después. Ella volvió a casarse cinco años después con un exconvicto regenerado. Escribió una novela que llamó “Stockholm syndrome” con poco éxito en las librerías.

2009
Era la sexta mañana que despertaba en el Hotel Coti, en la Avenida Uxmal del centro de Cancún. Sudaba copiosamente mientras defecaba en el excusado, donde no llegaba el aire del ventilador del cuarto. Para hacer más rápido el trance se concentró en el boleto de avión de Aeroméxico, vuelo 508 Cun-Mx, y cuando vio la fecha notó algo raro: tantos nueves no eran más que una señal de Jehová. Volteó el papel y encontró la señal: seis, seis, seis; el número de la Bestia.
Había que hacer algo rápido; Jehová se lo decía, se lo estaba diciendo cuando compró las latas de jumex en el Oxxo de la esquina y los foquitos rojos, naranjas y violetas que encontró en la ferretería El Candado a la vuelta del hotel. Camino al aeropuerto ya tenía redactado y repasado mentalmente el pliego petitorio al Presidente Calderón; no sería propiamente una petición, sino una exigencia: México corre peligro hoy, Señor Presidente, se lo digo ante este centenar de mujeres reporteras que nos acompañan, Señor Presidente, como muestra de que la mujer es el conducto de alma pura hasta Jehová, hoy Señor Presidente, noveno día del noveno mes del noveno año, el demonio se hará presente aquí; yo vine a prevenirlo Señor Presidente, por eso dimos siete vueltas a la Ciudad de México a veinte mil pies de altura, Señor Presidente, para a conjurar el mal, porque Jehová y sus ejércitos salvarán a su país, Señor Presidente, que también es mío.
Pasó los controles de seguridad del aeropuerto sin ningún contratiempo. Bebió uno de los jugos jumex con calma y tiró el contenido de los otros tres en el baño de la sala A. En el retrete armó los artefactos con cinta plateada y una calculadora que le regaló su esposa en su último cumpleaños. Los foquitos rojos, naranjas y violetas centelleaban bien bonito; no había duda, Jehová estaba con él.
Todo sucedió tan rápido que las siete vueltas sobre la ciudad pasaron a segundo término, las mujeres reporteras nunca aparecieron y conversar con el Señor Presidente quedó para otro día. Cuando se dio cuenta, los policías tipo SWAT lo tenían encañonado por todos lados con sus armas negras.
Este viernes, después de las averiguaciones previas, va camino al Reclusorio Oriente a bordo de una suburban blanca, acusado de terrorismo, secuestro, interferencia en vías federales de comunicación y lo que resulte; rodeado de dos encapuchados de armas largas y negras. Va cantando loas a Jehová.

lunes, 17 de agosto de 2009

Pescaditos de oro (Parte VI y última)


Macondo es un pueblo imaginario fruto de la imaginación de un escritor costeño, que en realidad nació en otro Macondo que se llama Aracataca. "Macondo era entonces una aldea con veinte casas de barro y caña brava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas..." dice el escritor costeño. Me pregunto si ese Macondo primigenio sería lo que hoy es Montería, Barranquilla o Pueblo Nuevo.
Un día el Doctó me dijo muy enojado que el premio Nobel de García Márquez no se justificaba: "él [García Márquez] sólo escribió las vainas que le contaron... eso é puro cuento costeño, pero él lo escribió. Cualquié costeño lo pudo escribí" sentenció.
Algo tiene de razón mi padre, no toda pero algo: los costeños son maestros del cuento, por algo pasan la tarde recibiendo el fresco en el porche de sus casas, charlando con sus vecinos y amigos. Mi propio padre tiene cuentos que atesoro desde niño y que entusiasmaban a mi abuela materna, su suegra. Mi agüelita no podía creer que el esposo de su hija contara de diablos que se aparecían en los potreros de su finca echando fuego azul por la bemba y de sandías del tamaño de un volkswagen. Lo interesante es que todo el mundo le ponía atención y disfrutaba de la crónica de contexto tan montaraz como inverosímil.
Algo tiene de razón mi padre cuando noto y confirmo, a pesar del paso del tiempo; Pueblo Nuevo, la aldea de veinte casas de barro y caña brava, donde nació mi progenitor en 1937 transita por el estadio de Macondo; ya no cabalgan caballos por sus calles como cuando el Doctó era niño, ni bicicletas como cuando estuve por primera vez, ahora predominan las motos. Pero Pueblo Nuevo continúa con su gallera, su plaza, su iglesia y su cementerio. Sus ficus en lugar de almendros, sus chismes y sus historias. Ya no es una aldea, es un pueblo de más de 40 mil habitantes donde se sigue bailando fandango en la plaza mayor en fechas importantes.
Ahora hay internet, dish y mensajitos por celular; sin embargo los fantasmas de los Arcadios, los Aurelianos, las Úrsulas y las Amarantas transitan libremente disfrazados de Migueles, Calixtas, Antonios y Dioselinas. Transitan amores imposibles y mariposas amarillas, y seguramente, en algún traspatio, alguien todavía funde pescaditos de oro.

domingo, 16 de agosto de 2009

Más Devaneos (Parte V)


Hay un lugar, a unos 60 kilómetros al sur de Pueblo Nuevo, en que vive Juancho, este hipopótamo que se alimenta de zanahorias.

El lugar se es el Zooparque Los Caimanes, donde se crían las "babillas" o caimanes locales y es un zoo-parque que conserva fauna local y otras especies rescatadas de zoológicos y otras narco-colecciones. Las cigüeñas de arriba llegaron solas y están totalmente libres.

Este es un cebrallo: cruza de un caballo con una cebra, o yegua con cebro, a saber. Y la foto tiene algo de Magrite. Sin querer.

Una avestruz. En Colombia todavía no se comercializan sus productos como en México. Sólo se exhiben como animales de ornato. Su carne es deliciosa y baja en colesterol.

Ganado costeño. Esta vaca resultó la top model que estaba esperando; vean que hermosa está... esa mirada lánguida lo dice todo.

Esta es la lora de mi Tía Sonia en Pueblo Nuevo. Sólo le falta hablar latín. Se llama Ana.

Un arcángel en el cementerio de Pueblo Nuevo custodiado por un pajarito. ¿O será al revés?

Definitivamente, algunos costeños escriben como hablan... Jeremías, tu no has mueto!
No, pus no.

Niéguenme que esto no es una joya... Descanse en paz Mr. Nixon, quien iba a decir que lo iba a encontrar por acá.

Me encantó el cementerio de Pueblo Nuevo.

domingo, 9 de agosto de 2009

Devaneos Costeños (Parte IV)


Hace mucho, en alguna de las parrandas que el Doctó daba en casa, escuché una muy sesuda definición del comportamiento del costeño: "Cuando es a comé, es a comé. Cuando es a tomá, es a tomá. Cuando es a bailá, es a bailá... Pero cuando es a peliá, ¡es a corré!".

Comencemos por la comida. Éste es un desayuno típico de la Costa Caribe: arepa de huevo (el huevo va revuelto adentro de la arepa), bollo, chicharrones de puerco y yuca.


La yuca puede ser "espichaá" (aplastada) con suero. Así la come mi querida prima Nana. Este plato es un tanto frugal; faltan las carimañolas y los infaltables patacones. El lugar donde lo comí se llama "Narcobollos", tal vez el mejor y más típico restaurante de comida costeña.

El pescado es otro ingrediente de la comida. Estos son unos bagres pescados por la mañana en el río San Jorge. Se cortan en postas y se fríen en aceite. Sólo eso. Prácticamente no tienen espinas. Los bagres llegan a medir entre uno y metro y medio. El Doctó afirma que cuando él los pescaba llegó a atrapar uno de dos metros. Eso dice.

Pero lo que realmente enloquece al costeño es el sancocho de gallina; un caldo con yuca, plátano, verduras y... gallina. Delicioso.

La Costa, en especial los departamentos de Córdoba y Sucre, son altamente ganaderos. Mucha carne y leche costeña abastece el interior colombiano y Venezuela.

En algunas fincas se ven pastar búfalos de agua; se adaptan bien a terrenos inundados, son dóciles y dan una leche muy rica en grasas.

Últimamente han proliferado las motos en todas las ciudades y pueblos costeños. Circular en Sincelejo es un verdadero desafío. También existen las taxi-motos, motos de alquiler que lo llevan a cualquier parte...

Y con cualquier tipo de carga.
Ahora que si lo que busca es comodidad, el "bus" es lo suyo.

SOTRACOR (Sociedad de Transportes de Córdoba) da servicio entre todas las comunidades costeñas. Alguna vez, algún primo me dijo que en realidad SOTRACOR significaba "Sólo Transportaos Corronchos". El corroncho es aquel que no tiene mundo ni clase, es el equivalente costeño del "naco" mexicano.

Otro protagonista importante de la vida costeña son las burritas; muy queridas y apreciadas por los muchachos que despiertan a la vida y a los instintos carnales. Hay un viejo chiste que dice que nunca ha habido un presidente costeño, ya que la primera dama tendría que ser una burra.

De cualquier modo, ya están en el imaginario popular de la cultura costeña, como lo constatan estas soberbias piezas de artesanía que encontré en el mercado de Montería.

jueves, 6 de agosto de 2009

El Sitio de Morgan (Parte III)


Cuando era niño no me gustaba la carne de res. A mis hermanas tampoco. El Doctó siempre se enojaba cuando mi madre reclamaba que no comíamos. El Doctó tenía siempre una sentencia infalible: "¿Qué harían utedes en una guerra?" espetaba, "Cuando el Pirata Morgan sitió Cartagena de Indias sólo había ratas pa'comé... ¡y se las tuvieron que comé! ¡Así que come! ¿O cuál es la vaina?".
El Doctó siempre ha tenido una pedagogía sui generis.

Muchos años después, un domingo por la mañana, llegamos a Cartagena de Indias. Rodrigo Bastidas la bautizó así en 1502 porque la bahía le pareció tan cerrada que le recordó a la Cartagena andaluza.


De hecho, la ciudad vieja de Cartagena es un intenso recuerdo andaluz. La ciudad con once kilómetros de muralla aguantó los embates de Francis Drake, Lucien Leclerq y Henry John Morgan. En marzo de 1741 la ciudad fue sitiada por las tropas del almirante inglés Edward Vernon, que arribó con una escuadra de 186 navíos y 23,600 hombres (la flota más grande reunida hasta entonces y que no sería superada hasta el Desembarco de Normandía).
El Doctó tenía razón con aquello de la comida.


Lo que hacía tan especial a Cartagena era que de ese puerto salía todo el oro de Sudamérica a España, además de que era el centro distribuidor de esclavos más importante; se calcula que en la construcción de la muralla participaron más de 200 mil esclavos africanos.


Esta hermosa negra vendía artesanía en plata. Accedió gustosa a que le tomara fotos y al final nos decía "Blanco, cómprame una joyita, pero no pa'la esposa, llévale a la novia o a la amante, a la que te hace gozá".


Ahora que si lo que usted busca son esmeraldas, ha llegado al lugar correcto; Don Luis Caballero tiene un próspero taller y fábrica de joyas donde podrá encontrar ese souvenir para... quien usted guste. Esmeraldas de todos tamaños y precios, joyas de todo tipo y si no hay nada de su agrado, Don Luis la fabrica y se la envía. Es un gran anfitrión.


Para esas hora ya comenzaba a dar sed. La Plaza de Santo Domingo es tal vez, mi lugar favorito en la ciudad antigua. Decidimos tomarla como base de operaciones; tenía lo indispensable: cerveza, baños, sombra y mucho ambiente.


Además ahí vive esta maravillosa Gorda de Botero.


Justo enfrente de la Iglesia de San Pedro Mártir.


Pero la ciudad va contando cosas conforme se le va explorando. Como lo que vivían Florentino Ariza y Fermina Daza en El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez.


Tal vez por estas calles, hace un siglo, caminaron esos personajes imaginarios.


Pero ciertamente, la ciudad es inspiradora para contar historias de amor y pasión.


Caía la tarde y caminamos fotografiando los balcones de Cartagena.


Los hay de todo tipo. Inclusive algunos están en espera de restauración.


Pero el Doctó ya estaba en otra cosa...


Ya no le interesaba ver balcones.


Yo seguía absorto en la ciudad, metiéndome por donde veía incidencias interesantes, como este escultor, Carlos Restrepo, quien estaba tallando una sirena magnífica.


Al final, volvimos a la Plaza de Santo Domingo. Ya era de noche y comenzó la rumba. Tomamos un par de cervezas más disfrutando del ambiente y de la hospitalidad de los cartageneros. Terminaba nuestro sitio de un día completo en la antigua ciudad amurallada.

Voy a regresar pronto. Lo juro.